La columna, a menudo, es fruto de coincidencias. Ignoraba hasta ayer que el empresario español Pedro Hermosilla ha estado un mes encerrado en Villa Marista, centro de represión de Fidel que bien podría llamarse Villa Grimaldi. Se informó ayer de su puesta en libertad (provisional) por intercesión del ministro Moratinos; un mes aislado en Villa Marista y nada supo de ello la opinión pública. La opacidad arbitraria está en la esencia de aquel régimen. Al cumplirse veinte años de la caída del muro de Berlín, ojeé ayer las fotos de Raúl, enfundado en su elegante traje oscuro. Voy por la página 231 de «Un asunto sensible», el acerado relato de imposturas, delaciones y traiciones, en los albores del régimen castrista, que ha escrito con brillantez Miguel Barroso. Recomendable lectura que cabe acompañar del segundo volumen de la autobiografía de Fidel que tiene escrita Norberto Fuentes. Ahí está todo. El germen de este régimen oportunista y travestón en lo ideológico, que llegó prometiendo libertad y se cubrió luego de excusas para retrasarla; aquel movimiento esperanzado y rompedor que devino en bota anacrónica e inmovilista. Quienes aún ven a Fidel bajando de la Sierra Maestra alegan que la apertura es un proceso complejo, que avanza lento, que lleva su tiempo. Coartadas. También aquí dijeron eso los custodios de los principios del movimiento. El muro de Berlín cayó y Honecker se fue a freír puñetas. Muertos Ceaucescu y Elena, no hubo un rumano que defendiera aquel sistema. De entre las muchas frases redondas, y cubanas, que aparecen en el libro de Barroso rescato ésta que alguien dice mientras juega al dominó: «No critiques la jugada más que en partida acabada». Acabará la partida e inundará la plaza cívica el aluvión de críticas retroactivas. «Nitza Villapol enseñaba a los cubanos del 60 cómo elaborar un sofrito sin aceite, un filete de res sin carne de res, cómo hacer mayonesa sin tener huevo». No existe la apertura sin apertura. No hay libertad mientras hay dictadura.