El arte y las mujeres son incompatibles. Las mujeres no saben pintar ni componer ni casi escribir teatro. Tampoco dirigir cine. Lo natural es que actúen, toquen un instrumento, sean modelos del artista o actrices. Debe ser así. La historia oficial y la memoria colectiva lo refrendan. No ha habido pintoras ni compositoras. Si acaso comparsas. Es ironía, ya saben. Que se lo pregunten a Alma Mahler, a Nannerl Mozart o a Fanny Mendelssohn. Y al menos de ellas sabemos por sus lazos familiares. Que se lo digan a Lempicka o a Maruja Mallo. La mujer ha conquistado muchas colinas, pero todavía está lejos de muchas cumbres. Famoso techo de cristal. No queremos ser una cuota, pero queremos ser. Llegar a todos los sectores pero también coronarlos. ¡Hay tanto bodrio rodado por varones subvencionados, que no corremos riesgo alguno haciendo una apuesta! La nueva orden propone primar a las mujeres cineastas «a igualdad de calidad, presupuesto y demás parámetros». Discriminación positiva sigue siendo discriminación, gritan algunos. Sí, pero la discriminación sólo se produce a favor de la mujer si ésta ya está en términos de igualdad de requisitos con el hombre. Así que, con perdón, sólo se trata de inclinar el favoritismo hacia un rasgo determinado con una función social y reparadora de una injusticia. El amiguismo es otro parámetro de discriminación ampliamente aplicado en nuestro país a la ayuda pública y sobre él se discute poco. Veamos qué cine saben hacer las españolas. Visto lo visto, a lo mejor lo agradecemos.