En la noche más oscura de las oscuras noches de invierno, cuando la Luna no es gajo de lima ni sonrisa de gato, llegó el viento del norte dejando todos los arboles deshojados en un tumulto de remolinos. Lhasa ha muerto. Lhasa ha muerto y nos deja sus canciones dolientes, que en el silencio congelado suenan como susurros calientes en el oído.
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