- sábado 27 abril 2024
Obama quería cambiar a fondo el sistema sanitario de Estados Unidos. En esa voluntad había una dimensión ideológica, atizada por la crisis. Después del rescate del sistema financiero y después del estímulo de 787.000 millones de dólares inyectados en la economía, había llegado el momento de profundizar el cambio. Así que, habiendo ampliado el campo de acción de gobierno, Estados Unidos iba a convertirse en algo más europeo, más socialdemócrata, con una sanidad pública asegurada para todos. Ahora bien, en Estados Unidos todavía no se mira con buenos ojos a quienes tiran el dinero por la ventana, menos aún el dinero de los contribuyentes. Por eso Obama repitió a todo el que le quiso oír que su propuesta iba a abaratar el gasto sanitario (entre un 15 y un 17 por ciento del PIB, el más alto del mundo) para instalar allí el sistema de cobertura universal (con un gasto medio de un 10 por ciento en los países europeos). Al principio, una opinión pública fascinada se dejó seducir. Luego empezó a comprender que la propuesta de Obama significaba o bien duplicar el sistema sanitario privado con otro público, de tal modo que todo el mundo pudiera acudir a uno o a otro, o bien acabar con el sistema privado, por asfixia o por competencia directa. En el primer caso, la promesa de ahorro se convertía en un chiste. En el segundo, en un chiste macabro, porque el sistema sanitario de Estados Unidos, aunque caro y sin duda ineficiente, sigue siendo de los mejores del mundo y los norteamericanos lo saben. Así que la revolución de altos vuelos ha empezado a encallar en los escollos de una realidad rebelde a la ideología. Pronto sabremos si el visionario vuelve al realismo y a una política de reformas sectoriales, como parece verosímil, o se encastilla en su sueño. El espectáculo, aunque a veces difícil de entender desde este lado del Atlántico, resulta aleccionador.