El 80 por ciento de la información que procesamos es visual, somos incapaces de comprender lo que significa vivir a ciegas. Solo poniéndose en la piel del otro podemos acercarnos a comprenderle. Ese era el objetivo de la ONCE que este miércoles ha reunido en la cafetería La Cítara, en Gran Vía, a cinco voluntarios para ponerse en la piel de un invidente en algo tan cotidiano y universal como desayunar, explica Juan Antonio Moreno, director de la ONCE en Ceuta. Afortunadamente era un juego, pero suficiente para hacerse una idea y, de paso, descubrir que aunque no somos invidentes tenemos los sentidos dormidos.

Cinco voluntarios, entre ellos Fernando Pérez Padilla, director territorial de INGESA en Ceuta o Viviane Berros, directora del Centro Asesor de la Mujer (CAM), que se han sentado a desayunar con un antifaz entre ellos y la realidad para descubrir, así, de un plumazo, que han perdido algo muy valioso: la autonomía personal. Ayudar a recuperarla es el trabajo de Sebastián Hernández, técnico de rehabilitación de la ONCE. Él ha sido el encargado de guiarles en la piel de un invidente.

Localizar al camarero, situarse  en el espacio, sentarse alineado con la mesa, para localizar los cubiertos, la taza, las dimensiones de la mesa. La mano izquierda (si se es diestro) para localizar el objeto, la derecha para manejarlos, y, como los pilotos de guerra, a las 12 la taza, a las tres el azúcar, a las 9 la mantequilla. Y, si necesitas algo, “pedir ayuda al camarero”, aconseja el técnico de rehabilitación. Es sólo un juego, una experiencia sensorial,  y Sebastián, por esta vez, puede recomendar a sus ‘pacientes’ que disfruten del gusto, los sonidos, las sensaciones.

El primer contacto es ya desconcertante. Pedir el desayuno tiene su complejidad, localizar la voz de la camarera, detectar si está hablando contigo o con la persona de al lado, y decidir qué desayunar. No olviden que son ciegos y no es lo mismo untar mantequilla que aceite. Nos optan por la vía cómoda y pedir por favor que les unten la mantequilla o les preparen el pan con aceite y tomate. Otros, como Pérez Padilla no se arredraron y se enfrentaron al reto con más que notable pericia, usando el cuchillo para localizar la rebanada y sus dimensiones y guiarse por donde echaba el aceite con la mano derecha. Otros, como Isa, también se atrevieron a untar la mantequilla por su cuenta. “me voy a comer las tostadas a la hora de comer”, reía, consciente de que iba “despacito, despacito”.

La segunda sensación es sorprendente. Para los cinco voluntarios y para los que servíamos de testigos. “¡Cómo huele el café!, exclamaron varios casi al unísono mientras la camarera se acercaba con los cafés. “Te dejo la taza a la derecha”, informaba a cada uno. “¡Qué rico sabe todo!”, “Qué bueno está el café”, “Es una experiencia increíble”, “pero qué bueno está todo hoy”.  Quizá Silvia, la dueña de La Cítara se esmeró hoy con el café, pero el caso es que, de repente, los pequeños detalles tenían importancia. “¿Está lloviendo?”, preguntaba uno con las primeras gotas de lluvia. “Ha vuelto a salir el sol”, decía otra levantando el rostro hacia el tímido sol que asomaba entre dos nubarrones.

Una experiencia “increíble” coincidían todos. Pero ese era sólo el primer reto, aún tenían que ir hasta la sede de la ONCE en la calle Cervantes, un reto aún más difícil, especialmente en Ceuta, donde solo en el centro y en algunas zonas hay losetas de abotonadura que avisan a los invidentes de un cambio de dirección o un semáforo o paso de peatones.  Y menos mal que ha mejorado la calle Real y van desapareciendo las losetas resbaladizas, apunta Juan Antonio Moreno.