Más que una cita importante, era un día marcado en rojo en el calendario del balonmano caballa. La Federación andaluza decidió hace ahora tres semanas encomendar a su homóloga ceutí la organización de la fase de ascenso a Segunda División Nacional; un honor donde los haya. Más allá de la honra, el mandato era importante por un motivo: el Ramón y Cajal tendría la posibilidad de darlo todo ante su afición por un puesto en la categoría.

La competición iba a constar de dos semifinales y una final. Definidos los futuros equipos de Segunda, los dos perdedores del primer tramo pelearían entre sí por hacerse con la tercera plaza. La ocasión no tenía parangón: el cuadro ceutí iba a estar arropado en todo momento por parte de su hinchada. Lamentablemente, ni siquiera eso ha sido suficiente.

Los nuestros quedaron emparejados con el llamado 'BM Cúllar Vega', un club granadino con mucha pólvora en el frente de ataque y, sobre todo, con muchas ganas de que la suerte cayese de su lado. A pesar de haber jugado tan lejos de casa, los foráneos han recibido el apoyo presencial de un buen número de seguidores que han teñido de rojo y negro las gradas de La Libertad.

El pabellón con sede en Varela presentaba un ambiente cercano al de las grandes citas deportivas que en él se han vivido a lo largo de la historia. No había exceso de aforo, pero no hacía falta más; la atmósfera allí era la propia de una fiesta: vítores, gritos, aplausos, ánimos... El empuje ha sido brutal. Lo ha sido, de hecho, durante la totalidad del partido.

Los ceutíes lo sabían: sabían que el combinado andaluz les iba a plantear un encuentro de tú a tú. Ciertamente, no había más que ver a sus integrantes para darse cuenta de que el Cúllar era (es) un equipo con lozanía y un enorme poderío físico.

Comandaba a los nuestros el exdirector provincial del SEPE, Pepe Simón, cuyo papel bajo palos, para su propia desdicha, no ha acabado siendo el esperado por Yamal Mohamed. Completaban la parrilla de jugadores alineados Yamal Ahmed, Ángel Ruiz, José Manuel Durán, Naufal Abdelah, Nabil Mohamed y Yahuad Mohamed.

La superioridad de los visitantes era más que palpable. Esta, inclusive, se acrecentaba por momentos. Para muestra, un botón: a los doce y medio de partido, uno de los locales lograba un vistoso tanto que devolvía la esperanza a sus compañeros (y a los aficionados); tan solo diez segundos después, los de Granada volvían a poner tierra de por medio por mediación de quien hoy ha sido la peor pesadilla de los de Mohamed: Joaquín Fernández.

Tras haber recogido el balón del fondo de la red en casi una decena de ocasiones, el técnico autóctono optaba por sacar del terreno de juego a Simón y por colocar en su lugar al segundo guardameta, Munir Harrus. A la postre, el cambio surtiría (muy) poco efecto.

El nuevo planteamiento táctico serviría de poco. La distancia inicial de uno, dos o tres goles se convertía en un abismo que, en momentos puntuales, pasaba a ser hasta del doble de distancia. Prueba de ese mismo distanciamiento era el resultado al término de la primera parte: 10 a 16.

Arrancaba la segunda mitad; la cosa volvía a ponerse cuesta arriba. A los pocos minutos de sacar de centro, el luminoso del polideportivo reflejaba un abultado 13-22 que hacía que la escuadra caballa empezase a dejar de creer. Llegadas las seis de la tarde, la colegiada decretaba el final: 23-30.