Es historia, pero historia viva. Es un enclave casi privilegiado: sus vistas no tienen absolutamente nada que envidiar ni al más lujoso de los áticos de la ciudad; sus calidades (más antes que ahora), tres cuartos de lo mismo. Apenas quedan un par de ellos viviendo en él -ninguno en activo-, pero, aún así, la gente de a pie lo sigue conociendo como 'el edificio de los maestros'.

Junto a la entrada que da acceso al recinto, entre la puerta por la que entran y salen los vehículos y aquella por la que hacen lo propio los peatones, un diminuto letrero indica al paseante de turno que está a punto de adentrarse en su término. 'Grupo Torre Tarajal', reza el cartel. Pese a lo de 'Torre', la demarcación engloba -además del inmueble central- una segunda estructura que, antaño, sirvió a la Benemérita de casa cuartel; también una tercera que, en la actualidad, es propiedad del CEIP Príncipe Felipe: su gimnasio.

Su nombre no engaña a nadie: el lugar está a tiro de piedra del paso fronterizo que compartimos con nuestro estimado país vecino. Su aspecto engaña aún menos: acumula la friolera de cincuenta años. Su postal, sin embargo, es infinitamente menos sugerente que la de otras construcciones con mayor antigüedad (véase el Edificio Trujillo). Su estado, de hecho, es el propio de una edificación ruinosa; nada de lo que en ella se ve a simple vista lleva a pensar que, en su momento, esta fuese algo cercano a un icono arquitectónico.

Un mes antes de las autonómicas de 2023, Juan Gutiérrez visitó la zona en calidad de candidato a la Presidencia de la Ciudad. Lo hizo junto a los pesos más pesados del Partido Socialista para dar al Gobierno de Vivas un pequeño tirón de orejas. "Es un espacio olvidado y sin apenas servicios públicos", denunció hace ahora un año el líder del PSOE caballa. No hablaba porque sí; tenía (tiene) toda la razón del mundo.

Más claro que Gutiérrez lo tiene Hamza Mohamed: el máximo representante de la comunidad de propietarios considera que el de los maestros es "el peor edificio de Ceuta". Lo cree, claro, por las "muchas carencias" que este y su entorno presentan. En ese mismo entorno, viven un total de 23 familias. Por haber, hay de todo: personas mayores, adultos, jóvenes, menores de edad... Ninguno de ellos tiene a su alcance la cartera de prestaciones de la que sí disfrutan, sin ir más lejos, sus vecinos del Príncipe. "Por allí, al menos, pasa el autobús", señalaba un residente.

Como en todo edificio, lo primero que entra por el ojo en el que hoy nos ocupa es su fachada. Es característica, inequívoca; es una de esas que, a fecha de 2024, solo se ven ya en las barriadas más alejadas del centro. Son seis pisos coronados por una azotea. La estampa es la misma en todos los niveles: humedades, desconchones, grietas, descascaramientos... Nada, absolutamente nada de su actual envoltorio resulta atractivo a la vista.

Ciertamente, la cuestión estética es, en este caso concreto, un elemento más que secundario. Lo es por un sencillo motivo: la seguridad está siempre por encima de todo. En Torre Tarajal, el riesgo de que se produzcan desprendimientos es mayúsculo. "Ya ha habido varios", lamentaba el segundo de a bordo de la agrupación vecinal. No hacía falta que lo jurara; no hay más que ver el "pésimo estado" en el que se encuentran los balcones y las cornisas. Eso y los cúmulos de grava que hay formados en muchos puntos del suelo.

"Mi terraza está totalmente caída", aducía una mujer que lleva cerca de medio siglo viviendo en la quinta planta del inmueble. "Hace tiempo, se me cayeron a la calle unos bloques; tuvieron que venir los bomberos", narraba la mujer, la más veterana de todos cuantos residen en el barrio (junto a su marido).

Poniente, levante o vendaval; eso da igual. El caso es que el viento sopla siempre con mucha fuerza en la zona en la que se ubica la estructura. Tras largos años de temporales y borrascas (y otros tantos sin apenas mantenimiento), hay partes en las que, incluso, el ladrillo luce tan desgastado que hasta puede verse el esqueleto de la torre. La imagen asusta a cualquiera.

Por un tema de proximidad, el edificio de los maestros es casi lo primero que salta a la vista al llegar a Ceuta desde el otro lado de la divisoria. "Es la puerta a Europa", reflexionaba un lugareño. Lamentablemente, esa "puerta a Europa" se está "cayendo a pedazos". "Estamos a la espera de que el Ayuntamiento nos conceda una subvención", revelaba el vicepresidente de los propietarios, que se quejaba de que, hasta la fecha, "nadie del Gobierno se ha preocupado por el bloque".

A pesar de los pesares, la edificación no deja de ser una propiedad privada, lo que viene a significar que son sus moradores quienes, teóricamente, han de asumir los gastos derivados de todas las reformas que se hayan de acometer (de todas las que atañen a sus viviendas, claro está). No en balde, hay una cosa que no es para nada de recibo: la palpable falta de limpieza. Si la zona no está sucia (no en exceso), es solo gracias a la labor conjunta de los propios vecinos. Aún con ello, estos no dan abasto. "Estamos dejados de la mano de Dios", le trasladó el portavoz de la barriada a Juan Gutiérrez durante la visita de este último.

En el otro extremo del sector, justo en la parte que da a la frontera, había "hasta no hace mucho" un puñado de "carteles publicitarios" que, tras perder vigencia, fueron retirados por la Ciudad y depositados (abandonados) en una esquina. Ya no es que sean residuos, es que la herrumbre se ha apoderado de ellos; son un peligro añadido (uno más).

Para más inri, el espacio en el que estaban ubicados esos mismos carteles es ahora un pasillo aún más descuidado que el resto del vecindario. Los niños -como niños que son- se colaban en él hasta que un padre decidió cortar por lo sano y poner una valla, hecho que da la razón a quienes reclaman a la Administración local que levante un parque infantil. "Espacio, desde luego, hay de sobra", inciden desde la comunidad.

La última reivindicación -la última importante- tiene que ver con la iluminación. Al lado de la torre, la falta de luz es más que palpable; tan es así que los propietarios se vieron obligados a colocar junto a la entrada del inmueble un foco similar a esos que se ven en las obras. Sobre este, todavía reposa el enganche de una farola que se retiró y que nunca fue sustituida.