COSTUMBRISMO

Un rato en el ultramarinos donde Fidel Velasco ha detenido el tiempo

Un rato en el ultramarinos donde Fidel Velasco ha detenido el tiempo
Fidel Vázquez tras el mostrador de su ultramarino.
Fidel Velasco tras el mostrador de su ultramarino.

Tiene ochenta y tres años y lleva desde los quince en la tienda, siempre acierta cuanto va a pesar el embutido,"o lo que sea", vende tanto whiskey 'Macallan' como fabada de bote y sirve cervezas hasta a agentes de la ley que acuden uniformados en plena mañana


Cruzando el umbral de la puerta de un antiquísimo ultramarinos, un veterano con camisa blanca a modo de bata come algo que huele a pimentón escondido tras una montaña de latas.

-¿Conocerá usted a algún vecino del edificio de al lado? Es el más estrecho de Ceuta, igual tiene un reportaje.

-Huy. Eso mejor déjalo estar.

Fidel Velasco tiene claro que la historia que ceutaldia.com quería contar no era factible, pero un rato en el ultramarinos de este ceutí de 83 años, acaba siendo por sí mismo un gran relato que narrar.

Rápido despacha lo que comía, una buena sobrasada fresca que encaja a la perfección con un local, que aunque ya algo descuidado, mantiene el encanto de las cosas que salían en la televisión en blanco y negro. Cuando se retira para desechar el envoltorio del embutido deja ver que justo en la estantería que tapaba hay botellas de licor de grandes marcas. Un güisqui 'Macallan 25', a 65 euros, y cerca, latas de atún en conserva y fabada litoral a poco más de cuatro o seis. Todas etiquetadas meticulosamente con pegatinas numeradas a mano con rotulador negro.

Velasco cuenta animado aunque recio que nació en Villajovita, pero que "a los veinte días" se mudó a la plaza Teniente Ruíz, donde su padre fundó el primer establecimiento. "No es una tienda, es un ultramarinos, hay que hablar con propiedad", espeta a la mínima que le cambian la nomenclatura.

Exterior de Ultramarinos Fidel.
Exterior de ultramarinos Fidel.

Y lo que era una, acabaron siendo tres. "Teníamos ultramarinos en la calle Daoiz también y después ya este, en el que llevo desde los quince años de jefe", cuestión que apostilla. Hijo de emigrante peninsular, su padre dejó "todas las propiedades, el campo que tenía" para venir a Ceuta. Él, poco amante del estudio, hizo de tripas corazón y acabó el Bachiller con trece años para después estudiar "contabilidad, caligrafía y mecanografía". "Empecé en las monjas y luego pasé a los agustinos", añade.

Obligado por el cabeza de familia, muy estricto, -su hermano acabaría siendo maestro-, le dio lo necesario a los libros con el objetivo que su progenitor le había marcado, "no acabar en el ultramarinos". No fue así y allí persiste y pervive a sus "38 al revés" (por la edad que tiene).

Le corta el relato un cliente que entra, pide una lata de Amstel, le pega dos tragos y la agarra para fumar un cigarrillo a la puerta. Pasados unos minutos volvería a entrar para repetir la 'operación pitillo'.

Despachado el trabajo, Velasco vuelve a su biografía. "En el comercio de Daoiz ya teníamos una gran clientela. Después al pasar aquí empezaron a venir otros. Todos muy conocidos de parte de mi padre, pero llegó el momento en que, con el paso de los años, empezaron a desaparecer", narra.

Ahora tira de algunos clientes fijos, también de los que se fueron y vuelven de la Península. Le preocupa "lo que hay ahora". Se refiere en concreto "a la droga y esas cosas, que antes no había tanto, porque la gente era más recta y honrada". "A mi una vez me vinieron a atracar y me enfrenté. Le eché narices", dice con remango.

Como si el sino manejara los hilos entra justo el segundo cliente de la mañana. Un agente de la ley, de uniforme y chaleco antibalas que le pide seis latas de Cruzcampo. Él se las saca y cuando las tiene embolsadas ve que el hombre mira las conservas del fondo. "¿Viste esto? ¿Sabes lo que es? Foie gras. Delicatessen", se responde esgrimiéndo la lata frente a él.

Ya hecha la venta y con el agente fuera de la tienda, a eso de las once y diez de la mañana, Velasco habla sobre el resto de su vida. Su esposa, que tanto le ha ayudado o sus hijas, de las que se encuentra enormemente orgulloso. "Son tres, todas hicieron sus carreras y una de ellas es catedrática, está en Oviedo, juntada con un buen chaval, como el resto de los que están con ellas, eh", prosigue.

Al contrario que sus descendientes, nunca se pensó en abandonar Ceuta, especialmente teniendo presente la decisión de su padre de dejarlo todo e ir a la ciudad autónoma a hacerse la vida. Algo que no le quita "haber disfrutado mucho, tanto de soltero como de casado". Ya con el anillo en el dedo iba mucho a Zaragoza, de donde es la familia de su mujer.

Mientras habla suena la radio y en algún momento llegan a dar una noticia sobre el incremento de divorcios. No es su caso, que no se ha separado ni de su esposa ni de su querido ultramarinos, en el que ya dice estar "por entretenimiento".

Fidel Vázquez en su ultramarino.
Fidel Velasco en su ultramarinos.

Donde pone el ojo, pone la balanza

Y vaya si se entretiene. Justo a la hora de sacarse la foto para el reportaje, opta por agarrarse al jamón. "Es bueno y si ves el talento que tengo. Yo lo corto, lo pongo en el papel, lo agarro en la mano, digo el peso y siempre acierto. Cuando lo poso en la báscula no fallo".

Eso le da para contar una anécdota francamente simpática. "Cuando nació mi sobrino no había donde pesarlo y los familiares dijeron, bueno, está Fidel. Lo cogí y dije un número. Efectivamente. Acerté", recuerda orgulloso de su habilidad: "Un médico amigo mío me dijo que me tenía que cuidar el buen cerebro que tengo", remata.

Al final posa para las fotos y justo cuando se va a despedir entra una de sus nietas. Se le ve feliz, ella le cuenta un problema con un traje que se quiere poner. Sonríe.

Así es, a grandes rasgos, un rato en el ultramarinos donde Fidel Velasco ha detenido el tiempo.

Un rato en el ultramarinos donde Fidel Velasco ha detenido el tiempo


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