Ha perdido la magia el Athletic. No ha perdido ni el estilo ni el dibujo ni la actitud ni el ritmo. Ha perdido la magia que le devolvió a los altares en dos partidos memorables ante el Barca, en La Catedral, y el Sevilla, al otro lado de la Maestranza. Aquel olivo se ha secado y ahora, además sin Llorente, tira de oficio, de insistencia, especialmente ante los rivales que vienen apurados por el descenso y le cierran los pasillos, le invitan a no jugar, a enredarse consigo mismo, a acelerarse y comprometerse con un destino incierto. Si además se despista, se acogota, le ocurre que el cántaro de la leche se derrama en el área en una jugada a balón parado con tres futbolistas del Racing en posición de marcar a pesar de tener a todo el equipo rojiblanco defendiendo.