Córdoba


  El patio de naranjos de la Mezquita es un remanso de paz, donde las ideas bullen,  amparadas por los sentidos: El sol de enero te acaricia, mientras el agua de las fuentes suenan mansas, rítmicas, con una candencia perfecta. Casi hueles a azahares y a naranjas aunque no sea primavera, mirar el empedrado del [...]

El patio de naranjos de la Mezquita es un remanso de paz, donde las ideas bullen,  amparadas por los sentidos: El sol de enero te acaricia, mientras el agua de las fuentes suenan mansas, rítmicas, con una candencia perfecta. Casi hueles a azahares y a naranjas aunque no sea primavera, mirar el empedrado del suelo donde te indica el camino  te lleva a tiempos del Alándalus  El lugar es tan mágico que ni siquiera los turistas  con sus flaxes y sus grupos logran devolverte al siglo veintiuno.

Siempre, antes de entrar a la Mezquita, ahora Catedral me gusta perder el tiempo en el patio, como antes pierdo el tiempo rodeando la estancia de piedra sin pasar, es el rito de quién siente  siempre un “dejà vu” solamente  en esta ciudad.

Me imagino a ibn Hazn   escribiendo su  ” El collar de la Paloma”, a Wallada en sus tertulias literarias de mujer islámica y libertaria en esta tierra. Me los imagino discutiendo de letras y de números en ese patio antes de entrar a rezar.

Me gusta más la estancia de Mezquita que de Catedral, por una cuestión de estética propia, nunca me convenció el barroco exagerado de la Contrarreforma pero sí me gustaron las líneas curvas, suaves, desiguales y perfectas del Alándalus. Es la belleza sin aristas, sin estridencias, la absoluta perfección de lo hermoso.

En el Alcázar, mientras pienso que los Reyes Católicos paseaban por allí, puedo imaginar mil y una historias de amor; de moros y cristianos, judíos, mezclados en un lugar concebido para vivir la armonía… hay demasiados rincones donde perderse, pecar, amar, transgredir las reglas…

Sus calles pequeñas, blancas, llenas de flores y de celosías hacen que imagine a una cristiana esperando a su amado moro golpeando con los cascos del caballo el empedrado para llevarla…

La ciudad invita a la poesía, al recuerdo, al tiempo de las luces y las mezclas, la ciudad te arrastra a una época  lejana donde todo pudo ser y fue, porque era y así se quiso.

La ciudad te muestra kilómetros mas allá un lugar donde un moro enamorado de una cristiana que añoraba la nieve, sembró la ciudad de almendros para que no sintiese nostalgia de ella.



Posted originally: 2010-11-21 00:03:00

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