Hoy pensaba escribir sobre lo que considero que es la estrategia política más peligrosa que nadie haya ideado. Sintéticamente se puede resumir como “los enemigos de mi enemigos son mis amigos” y la consecuencia es que lo importante a la hora de establecer alianzas, apoyos o tomas de postura no es ni los aspectos ideológicos, programáticos o fácticos, sino su ser en referencia con el archienemigo.

Con ocasión de los sucesos que acontecen en Irán después de las elecciones presidenciales hice notar mi opinión sobre el comportamiento de cierta izquierda. La idea básica era que si el Irán de Ahmadineyah es enemigo de los Estados Unidos y este país es mi enemigo natural, entonces el Irán de Ahmadineyah es mi amigo, independientemente de que sea lo que sea.

La edad no creo que le vuelva a uno más conservador, a mí me ha pasado casi lo contrario, pero sí que le hace a uno mucho más sensible a los matices y poco aliado de las simplificaciones. A nadie le hace bueno tener un enemigo que también lo sea mío.

Lo peor de todo esto es que esta estrategia no sólo la siguen los fanes de la Venezuela chavista o los seguidores de lo que fue el Chile de Pinochet, sino que en ocasiones ha sido secundada por algunos estados como ocurrió en Afganistán, donde una falta absoluta de matiz permitió crear una tierra de nadie y refugio de todo el extremismo al este del Mediterráneo.

Ayudar al enemigo de tu enemigo puede engrandecer a alguien que también puede ser, en un futuro, tu enemigo. Por algo los romanos decían que ellos no pagaban a traidores.

Ésta es una estrategia peligrosa y arriesgada, más digna de la desesperación que de la buena cabeza y del ingenio político, tanto que puede volverse en contra de quien la ha pergeñado tan rápidamente como el enemigo común desaparece o no representa ningún riesgo.