En julio de 2002 se produjo lo que ha quedado para la Historia con el nombre del “Incidente de la isla de Perejil”. Fue una acción armada, ordenada por el entonces gobierno del PP, para recuperar la soberanía del islote que había sido ocupado por una docena de gendarmes marroquíes.

Los efectos de esta hazaña bélica, desde el punto de vista del reconocimiento de la soberanía española en ese minúsculo territorio, son dudosos. El respaldo internacional no fue unánime. Estados Unidos se mantuvo en una calculada ambigüedad, exigiendo a ambas partes el retorno al statu quo anterior. Es decir, el de tierra de nadie. El de territorio de soberanía controvertida pero no ocupado de facto por ninguna de las dos partes en litigio.

La OTAN dejó bien claro, a partir de ese momento, que en caso de conflicto con Marruecos por los territorios españoles del Norte de África, las Fuerzas Armadas españolas estarían solas. La Alianza Atlántica no consideraría este hecho como una agresión a un Estado miembro.

Sin embargo, desde el punto de vista de la política interna de Ceuta, la “reconquista” del Perejil tuvo un efecto que todavía perdura y que, quizás, ha marcado para siempre el devenir político de nuestra ciudad.

Hasta entonces el PP era un partido que se movía entre los 6 y los 9 diputados. Tenía un techo que no era capaz de romper y sus posibilidades de gobernar eran remotas ya que, aunque pudiera ganar las elecciones, tenía serias dificultades para establecer pactos o alianzas que le permitieran formar gobierno. Sólo llegaron al gobierno a mitad de la legislatura 1995-1999, con Jesús Fortes como presidente, gracias al apoyo del PFC, en fase de desintegración, que dejó tirados a sus socios CEU y PSOE.

En el 99, merced a un pacto contra natura con PSOE y PDSC, mantienen durante unos meses la presidencia. El transfuguismo de la Bermúdez les arrebata la presidencia y se la entrega al GIL. Meses después, la traición de un grupo de gilistas, encabezados por Simarro, reintegra la presidencia al PP. Esta vez, en lugar de presidir el gobierno el cabeza de lista, Fortes, el cargo recae en Vivas, número 5 de la lista del Partido Popular. Era el año 2001.

En el primer año triunfal de la era Vivas se produce, como venía relatando, el incidente de Perejil y eso concede al PP un bonus electoral, que todavía le dura, y que le permite alcanzar los 19 diputados en los dos últimos comicios municipales.

No es la gestión de Vivas ni la personalidad afable del presidente la que confiere al PP este papel hegemónico en la política local. Es el efecto Perejil el que lo ha hecho posible. Es la convicción de que el PP será capaz de defender con las armas, si fuera necesario, la soberanía española en los territorios del Norte de África.

A partir de ese mes de julio de 2002, miles de ceutíes que veían en el localismo el instrumento político más eficaz para la defensa de sus intereses se vuelven hacia el PP, convencidos de que este partido plantaría cara a Marruecos en sus pretensiones anexionistas y, llegado el momento, nos defendería con las armas en la mano, a sangre y fuego.

Pero a la vez que el efecto Perejil aglutina a la población de origen español contra el enemigo común, produce un efecto pernicioso e indeseable: La identificación de la población musulmana de Ceuta como posibles traidores y partidarios de las tesis anexionistas de Marruecos. Muchos piensan que ese sector de la población, cuyos miembros crecen de forma exponencial, es una quinta columna de Marruecos, dispuesta a ponerse a las órdenes del monarca alauita en el momento que sean llamados a la recuperación de los territorios ocupados por el invasor español.

Perejil ha dividido a la sociedad ceutí en dos bandos. De un lado los partidarios de una españolidad defendida por Santiago matamoros, como en los tiempos de la Reconquista y del otro unos musulmanes, en su mayor parte excluidos socialmente, y señalados como traidores y desafectos a la causa de la españolidad.

El futuro de Ceuta pasa por superar la herencia de Perejil. Por ser capaces de unir a ambas comunidades en proyectos e ilusiones comunes. Por defender juntos lo que es de todos. Porque esta Ceuta del Siglo XXI no es de moros ni de cristianos. Es de caballas, sin distinción de raza ni de religión. Es de los que estamos convencidos de que aquí o cabemos todos o no cabe ni Dios.