Nepomuceno en la sede de Unidas Podemos
Antonio Nepomuceno
Antonio Nepomuceno

Estamos viviendo tiempos tumultuosos en la historia, donde es fácil influir en la conciencia de muchas personas con la idea de que los extranjeros vienen a invadirnos. La retórica de la ultraderecha afirma que los inmigrantes "son invasores que vienen a quitarnos el trabajo y nuestras mujeres", una frase cargada de un machismo supremacista y nazi, basada en la creencia del dominio del hombre sobre la mujer como una forma de propiedad. Este tipo de populismo de ultraderecha, lamentablemente, ha calado en la conciencia de muchas personas que han adoptado este discurso por el instinto básico del miedo, un miedo que despierta una conciencia alejada de la realidad, del progreso y de la diversidad cultural que históricamente ha contribuido al avance de la humanidad.

El supremacismo racial o ideológico nunca ha generado progreso, sino más bien una destrucción recurrente impuesta por nacionalismos, tanto mayores como periféricos. Todos los nacionalismos comparten el mismo sesgo ideológico: si no tienen un enemigo, lo inventan; si no pueden apoyarse en la verdad, crean mentiras, desinformación y engaños para fabricar ese enemigo que infunda miedo y así someter a una parte de la sociedad mediante el temor. La ultraderecha nutre su monstruo alimentando la idea de que todo está mal y que todo es un desastre. Si la realidad no les favorece, crean un falso relato para apoyar sus fines, y en la actualidad, disponemos de herramientas digitales que amplifican la mentira a un nivel sin precedentes, las telecomunicaciones digitales, potencial arma de destrucción masiva.

Después de este prólogo sobre mis observaciones en el contexto mundial actual, me preparo para adentrarme en una etapa anterior de la revolución industrial de Estados Unidos, enfrentando un modelo que, en esencia, era y sigue siendo capitalista. Sin embargo, cabe destacar que toda esa narrativa del enemigo imaginario, que no existe pero se inventa, no es más que pura propaganda.

Para comprender mejor y demostrar con hechos históricos que toda esa mitología fascista no solo es falsa, sino que también es contraria a una realidad que, lejos de generar pobreza como ellos proclaman, aporta riqueza y, en última instancia, esperanza para cosechar un mundo mejor.

Nueva York es un testimonio claro de lo que la diversa inmigración aportó en su momento a Estados Unidos, lo que realmente hizo resplandecer a la nación en un período histórico. Comienzo con el ejemplo de un personaje histórico que nos brindó avances tecnológicos de los cuales todos disfrutamos hoy en día: Nikola Tesla.

Tesla, nacido y criado en el Imperio austrohúngaro, estudió ingeniería y física en la década de 1870 sin graduarse, pero adquirió experiencia práctica a principios de la década de 1880 trabajando en telefonía para Continental Edison, empresa pionera en la industria eléctrica. En 1884, emigró a Estados Unidos, obteniendo la doble nacionalidad. Trabajó brevemente en Edison Machine Works en Nueva York antes de independizarse. Con el apoyo de socios para financiar y comercializar sus inventos, Tesla estableció laboratorios y compañías en Nueva York para desarrollar dispositivos eléctricos y mecánicos. Su motor de corriente alterna (CA) asíncrono y las patentes relacionadas con el sistema polifásico, licenciadas por Westinghouse Electric en 1888, le generaron grandes sumas de dinero y se convirtieron en la base del sistema polifásico que esta empresa comercializó finalmente.

Tesla llegó a Nueva York con poco dinero, solo con una recomendación para trabajar con Thomas Alva Edison. Sufrió explotación laboral por parte de Edison, fue engañado y estafado. Tesla tuvo que realizar trabajos duros, ajenos a su conocimiento, por mera supervivencia. La suerte, y no la generosidad del capitalismo, se alió con él, permitiéndole destacar en ese entorno. Sus logros científicos iluminaron, no con una luz celestial, sino con la del conocimiento y la del mundo moderno tal como lo conocemos. Su deseo era que la humanidad disfrutara gratuitamente de sus inventos y descubrimientos, enfrentando una larga batalla contra el capitalismo salvaje de su tiempo.

Podemos especular que, sin Tesla, el avance tecnológico podría haber llegado mucho más tarde a nuestras vidas. Personas como él aportaron un desarrollo a Estados Unidos inimaginable en una década.

Es importante recordar que Estados Unidos relajó sus requisitos de entrada al país, una postura diferente a la actual, motivada por el temor infundido de que lo extranjero viene a destruir lo interno. En aquel entonces, Estados Unidos era una nación emergente en la industria y necesitaba trabajadores; abrir sus puertas a los extranjeros fue una estrategia efectiva. Nunca en la historia de ese país se había visto un crecimiento económico e industrial tan acelerado como el actual, que refleja la decadencia de un capitalismo moribundo con una huella imperialista. Han perdido la capacidad de impulsar el progreso mundial, es un país en declive, con una creciente brecha social entre gobernantes y votantes, falto de respuestas y moral, y todo lo que conlleva la deshumanización más atroz de nuestra era. Paradójicamente, esto incluye el rechazo total al extranjero. Estados Unidos ha adoptado el discurso de la extrema derecha, olvidando su propia historia y el origen de su riqueza, tanto física como moral. Han olvidado que inmigrantes de todo el mundo llegaron a trabajar y, en un modelo capitalista, generaron riqueza; un logro que va más allá del capitalismo y se debe al esfuerzo de aquellos que contribuyeron al desarrollo del país, un desarrollo incomprensible sin reconocer a esos inmigrantes, ahora repudiados y etiquetados como indeseables por los mesías de la ultraderecha que solo pueden ascender al poder mediante el miedo, siguiendo el modelo de Adolf Hitler.

La inmigración que llegó al puerto de Nueva York fue diversa y variada, con comunidades asiáticas que aportan un folclore interracial y cultural nunca antes visto en Estados Unidos. De alguna manera, incluso los gobernantes de ese país son descendientes de esos inmigrantes.

A pesar de ser una nación capitalista, Estados Unidos tuvo un momento de esplendor en su historia que no se debió al capitalismo como modelo económico, sino al modelo migratorio y la apertura a este. La riqueza no fue creada por capitalistas insaciables; más bien, estos se beneficiaron de la riqueza que los inmigrantes trajeron al país. También se aprovecharon de la explotación inherente al capitalismo y de la plusvalía generada por los trabajadores. Sin ese aporte de riqueza y esfuerzo colectivo, no habrían logrado nada. Si no hubiera sido por esa inmigración emergente y necesaria en aquellos tiempos, Estados Unidos no sería lo que fue y es, el país que se consideraba la luz del mundo.

En esta historia, hay algo de verdad en el temor a la ultraderecha, cuyo modelo ideológico es identitario. Para ellos, la pérdida de la identidad nacional, tal como la conciben, significa ser reemplazados por una sociedad diversa y plural, lo que destruye completamente a la ultraderecha. Lo irónico es que España es racialmente diversa debido a las mezclas de siglos en la península ibérica, influenciadas por diversas partes del mundo, como la permanencia del mundo árabe. Es posible que incluso Abascal tenga ascendencia árabe, a juzgar por su parecido con otras personas del mundo árabe. En la actualidad, culturas como las asiáticas o del África subsahariana echan raíces en nuestro país y aportan aún más diversidad racial, lo que invalida completamente el argumento de la ultraderecha.

La ultraderecha es consciente de que, con el tiempo, más inmigrantes significan que su nacionalismo rancio y su identidad al estilo nazi destruirán sus pilares ideológicos y los llevarán a la irrelevancia política. Por eso, generan miedo y odio hacia el inmigrante. De alguna manera, la apertura a la diversidad los expone ante el mundo y sus mentiras, debido a la prosperidad que ello conlleva, como la que experimentó Estados Unidos en el pasado.

Las personas que llegan a nuestro país lo hacen buscando una oportunidad, similar a los inmigrantes que arribaban a Estados Unidos en el siglo pasado. Proceden de lugares donde, lamentablemente, no tienen futuro debido a regímenes que infunden terror en sus ciudadanos, a menudo con el apoyo de naciones occidentales. Estos individuos enfrentan un proceso arduo para sobrevivir aquí, y frecuentemente son explotados, tal como ocurría en la Nueva York de antaño. Son estigmatizados por la ultraderecha y por un gobierno que se proclama socialista pero que obstaculiza su integración legal en nuestro país, lo cual considero un grave error de aquellos que se autodenominan progresistas. Tal vez teman que, si se gestionara correctamente, más personas desearían venir, provocando un colapso sin considerar las verdaderas causas de estos problemas, que surgen del apoyo y explotación por parte de las dictaduras que nuestras ideologías conservadoras respaldan.

Hemos presenciado los triunfos deportivos de muchos hijos de inmigrantes, algunos de los cuales llegaron a nuestras costas en embarcaciones precarias. Los recordamos como héroes que elevan el prestigio de España, lo que irrita a los sectores fascistas. Sin embargo, olvidamos el enorme esfuerzo de otros inmigrantes que realizan trabajos esenciales, como limpiar y cuidar a los ancianos, tareas que aquellos que ostentan símbolos patrióticos no están dispuestos a hacer. Para mí, estas personas también son héroes no reconocidos por nuestra sociedad, en su mayoría explotados y mal remunerados.

La posibilidad de que España se convierta en la Nueva York de Europa amenaza la existencia de la ultraderecha y del modelo en el que creen, sin olvidar los nacionalismos periféricos que ya han demostrado cómo dichos movimientos han sacado provecho de estas circunstancias.

En una Europa que envejece, la inmigración, más que ser un problema a largo plazo, se convertirá en la solución. También ayudará a construir una sociedad donde los nacionalismos, que se ahogan en su propio odio, no puedan prosperar nunca más. La permanencia de estos se basa en el odio y, si pierden poder o hegemonía, recurrirán al golpismo e impondrán una dictadura, dando lugar a actos de genocidio como los perpetrados por un estado racista y étnico como Israel.

No siento miedo ni rechazo hacia quienes vienen a mi país a trabajar y prosperar, ya que la riqueza que generan se comparte entre todos. Los sueños de prosperidad personal y familiar de estas personas han demostrado en el pasado que generan riqueza, la verdadera riqueza de las naciones. Esto, junto con el ideal marxista, contribuye a mejorar el mundo, por lo que la verdadera izquierda es internacionalista, no nacionalista.

El PSOE actual se ha distanciado mucho de estos valores. No avanzan más hacia la derecha porque no tienen el poder total ni mayoría absoluta. Tienen socios que les recuerdan constantemente lo que significa ser socialista y qué caminos no deben seguirse. Debemos insistir y corregir a Sánchez cuando se aleja de estos valores. Lo curioso es que, en el camino forzado que otros le marcan, algún día podría enorgullecerse de ello, despreciando a los demás y apropiándose de ese camino. En definitiva, Sumar y su espacio están beneficiando a Sánchez, un bien que él mismo rechaza. Esto podría explicar por qué actualmente se da voz a Iglesias en RTVE, quien aprovecha cada oportunidad para atacar a Sumar. Quizás Sánchez no duerme bien por las noches con Yolanda en su gobierno, y sí lo hacía cuando gobernaba con Iglesias. Estoy convencido de que, tarde o temprano, toda esa irracionalidad beneficiará exponencialmente a Sánchez, debido a la obstinación de los que son verdaderamente de izquierdas.

Termino con la reflexión que siempre hago, como aficionado a la ciencia ficción y a franquicias como Star Trek, que nos presentan un mundo futurista, diverso en razas y con múltiples especies alienígenas en una confederación. Muchos no han considerado que el modelo que ilustra esta franquicia es comunista, donde la meritocracia no se basa en herencias ni en la acumulación de capital, sino en ser útil a la sociedad por lo que se contribuye y se puede ofrecer colectivamente. Quizás esos guionistas eran comunistas en secreto y crearon una obra que representa una sociedad más justa, sin el factor capital como principio. No debemos olvidar que, según la saga, para alcanzar el progreso descrito, fue necesario superar guerras y grandes desigualdades. Esperemos estar iniciando ya el primer paso hacia esa narrativa futurista. En Star Trek, cada ser es importante, incluidos los alienígenas, que irónicamente es como la ultraderecha describe a los inmigrantes.

España tiene una oportunidad única en su historia para forjar un modelo de país, un país que otros deseen emular. No estamos lejos de ser lo que aspiramos si utilizamos el poder de la democracia en lugar de la idiocracia. Sánchez tiene una gran oportunidad de impulsar un cambio significativo en Europa y en el mundo. Los rojos siempre estaremos presentes, no como una molestia, sino para guiar en la dirección correcta, con más democracia y tolerancia. Tenemos el deber de hacerlo, de alcanzar ese futuro que los guionistas de ciencia ficción nos anticiparon en el siglo pasado.