Me piden de LA RAZÓN un destino turístico a recomendar, y la verdad, es que no he tenido que pensar mucho para recordar un viaje que hace años hice a Colombia (un país maravilloso y una gente excepcional) y, sobre todo, los días que pasé en Leticia, capital del Amazonas, situada entre la selva y el inmenso río que da nombre a todo un rico continente, y reserva de la Humanidad.
Ciudad que hace de frontera entre Colombia, Perú y Brasil, antigua sede de uno de los mayores carteles del narcotráfico, que vive del inmenso y espectacular río, es, ahora, uno de los lugares donde puede encontrarse la paz que da el dormido río, el tranquilo ritmo de su vida cotidiana, la riqueza de su fauna y flora y la aventura, si decides trasladarte por vía fluvial a Benjamín Constan, en la ribera Sur (Brasil), y emprender la subida del río hasta Manaos, la antigua capital del caucho, donde se puede todavía contemplar el espectacular Teatro de la Ópera donde cantó, en su etapa de esplendor, el tenor italiano Enrico Caruso.
Ese recorrido lento por el río, donde el tiempo parece haberse detenido, es uno de los espectáculos más fascinantes que pueda vivir un ser humano, sobre todo si a lo largo del viaje fluvial haces un alto para penetrar en la selva y contactar con tribus casi aisladas (huitotos, tucanos, ingas), contemplar animales salvajes (la isla de los Monos), ver en el río pirañas y caimanes y, finalmente, asombrarte de la belleza de los amaneceres y las puestas de sol.