Opinión
Hace unos días entré en una papelería en la que los dueños y el dependiente se encontraban hablando sobre la salud de Chávez y el tema de su sucesión. Bueno, más que hablar, lo que hacían era calumniar y mostrar su repulsa hacia el líder venezolano. Ellos sostenían que de morir Chávez, la presidencia del país pasaría de forma automática al sucesor que él había designado. Entonces, no pude callar y les corregí. Les conté que la Constitución bolivariana de Venezuela obligaría, en tal caso, a convocar unas nuevas elecciones presidenciales y que lo que el presidente había hecho no era más que pedir el voto para su hipotético candidato, exactamente lo mismo que haría cualquiera en su lugar. Fue entonces cuando comenzó una discusión que de surrealista se tornó en estúpida.