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Las fosas del cólera

Ni hablar de funerales y entierros dignos. Por orden de las autoridades los cadáveres deben ser sepultados inmediatamente. Leer


La Iglesia también abre las fosas de sus muertos

En una vieja mina romana, a 30 metros de profundidad, en el pueblo toledano de Camuñas, el médico forense Francisco Etxeberria dirige las labores de localización de víctimas de la Guerra Civil, el mismo trabajo que ha realizado en los últimos 10 años y de forma altruista con el equipo de técnicos de Aranzadi. Pero esta vez todo es distinto. Porque esta vez el forense no ha acudido a la llamada de familiares de fusilados que le piden que saque a los suyos de una cuneta para poner su nombre en una placa, sino a la del arzobispado de Toledo. Porque esta vez las víctimas no son republicanas, sino sacerdotes y gente adinerada y de ideología de derechas fusilada por el bando perdedor de la guerra. Y eso, aunque abajo, a 30 metros, para Etxebarria sea el trabajo de siempre, arriba lo cambia a todo.

Las otras cuatro fosas de Alfacar

José prestaba el servicio militar en la División 32 del Estado Mayor. Una madrugada de agosto, cuando regresaba desde Víznar hasta Granada, al pasar por la Fuente Grande y a la derecha del camino según se baja, se topó con cuatro cadáveres desparramados en el suelo que le resultaron familiares. Eran dos banderilleros que identificó por sus motes, otro cuerpo que le llamó la atención porque «usaba ortopedia de madera» y, por último, Federico García Lorca. Este relato obedece a la declaración prácticamente inédita que un funcionario ofreció el 14 de febrero de 1980 en la comisión creada por Dip...
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