pekín-La misión de Afganistán cada vez es más peligrosa para las tropas aliadas, más cara e impopular para sus gobiernos y menos rentable en términos políticos. Y con la crisis económica ahogando el gasto público, la idea de abandonar a su suerte a Estados Unidos es cada vez más tentadora. Una tendencia especialmente inoportuna ahora que el presidente Obama prodría desplegar nuevos soldados por todo el país, así como por las zonas paquistaníes en donde se cobijan los talibán.
Y es que si Japón anunció a principios de este mes que suspenderá en enero el apoyo logístico que ofrece su Marina en el Índico desde hace ocho años, el ministro de Defensa australiano, John Faulkner, dio ayer un susto aún mayor. Durante una entrevista dejó caer que su Gobierno está preparando el terreno para la retirada de los 1.550 soldados que mantiene, la mayor aportación de una país fuera de la OTAN. «No nos quedaremos ni un solo día más de lo necesario», aclaró Faulkner tras un enrevesado circunloquio con el que sugirió que sus generales están ya estudiando una salida «en el menor plazo posible». Con estas cuentas en la cartera, el Secretario de Defensa americano, Robert M. Gates, ha viajado a Asia para prepararle el terreno al presidente americano, que hará una larga gira por Extremo Oriente a mediados de noviembre en la que se espera abordar el tema de la participación asiática en Afganistán. El portavoz de Defensa, Geoffrey Morrell, no esconde que uno de los objetivos principales del viaje es encontrar más apoyos entre sus aliados orientales quienes, a decir verdad, nunca se han implicado demasiado en la «guerra contra el terrorismo». Entre ayer y hoy, Gates lo intenta con Japón y Corea del Sur. En Tokio sabe que las posibilidades de convencer a su nuevo presidente, Yukio Hatoyama, de mantener la flota en el Índico son escasas, pero a cambio puede negociar algo de financiación extra. Según admitió Morrell, para la superviviencia de la misión en Afganistán es casi más importante conseguir dinero que tropas. En esto la aportación nipona siempre ha sido generosa.
La segunda economía del mundo se ha dejado ya 2.000 millones de dólares en el atolladero afgano desde 2001. Entre otras cosas, paga seis meses del salario anual de la Policía Nacional afgana. En Seúl, Gates también espera arañar algo de financiación. La Prensa surcoreana ha citado estos días fuentes de su Gobierno que admiten «que la aportación económica en Afganistán es demasiado pequeña para el estatus de nuestro país». Y es que desde 2002, Corea del Sur sólo ha desembolsado 130 millones de dólares en la barricada afgana, una cifra ridícula para uno de los mayores aliados de Estados Unidos y una nación cuya defensa ha estado subvencionada por el «Tío Sam» desde hace medio siglo. Gates no pasará por China a pesar de que Pekín se está convirtiendo en un actor clave para la reconstrucción de Afganistán. Se espera que sea directamente Obama, en noviembre, quien aborde el tema con el gigante asiático. Y es que además de ser ya el primer inversor en suelo afgano, China ha aumentando las donaciones al mismo ritmo que otros países las disminuyen.
El embajador afgano en Pekín, Ahmad Baheen, está negociando una nueva vuelta de tuerca: el llamado «corredor wakhan», un paso a través de la frontera de 46 millas que comparten ambos países. La idea, apoyada por Washington, es crear allí una nueva ruta de abastecimiento. Con todo, algunos diplomáticos occidentales son escépticos con la colaboración china.