decepcionó

«Me decepcionó Moratinos en Cuba»

Madrid- «¿De qué quiere hablar?», me pregunta de sopetón mientras nos saludamos. «¿No está harto de hablar de Chávez?», respondo y pregunto al mismo tiempo. «Sí. Ja, ja, ja... Sí», ríe. Andrés Oppenheimer es claro y directo, como en su programa de la CNN o en sus columnas de opinión en «The Miami Herald» –recogidas en su último libro «Los Estados Desunidos de las Américas», por el que ha recibido esta semana en Madrid el premio Algaba, de Ámbito Cultura–. Por eso admite que es inevitable, en estos tiempos, hablar del caudillo «narcisista-leninista», como le denomina siempre en sus artículos.   
–¿Se merece Chávez la atención mediática que le prestamos?
–El estrellato, o la megalomanía, de Chávez es directamente proporcional a los precios del petróleo. Con el precio a 156 dólares, Chávez es Fidel multiplicado por dos. Con el precio a 50, Chávez no pasa de ser un teniente coronel del Ejército venezolano entrando en un edificio. Así de simple.
–No tiene el «estilo» de Castro…
–Las copias nunca tienen el peso del original. Fidel fue novedad en el 59. Lo de Chávez es un segundo acto sin el aura que tenía Fidel, bien entendido que yo no creo en que haya «dictadores buenos». Castro fue el presidente más cobarde de América Latina porque nunca tuvo la valentía de permitir elecciones libres, periódicos independientes u opiniones discrepantes. ¿Dónde está su valentía?
–¿El caso es que Chávez reinventó el bolivarianismo. ¿Y si Bolívar levantara la cabeza?
–Uno de nuestros dramas en América Latina es que vivimos obsesionados con el pasado. Chávez reivindica la figura de Bolívar, habla frente a su retrato y cambia de nombre al país para incluir el suyo. Pero Bolívar murió 150 años antes de la invención de internet, vivió en otro mundo. Aparte de que fuera un genio o un desastre, citarle como fuente de inspiración para políticas públicas en el siglo XXI es un disparate total, un delirio absoluto.
–Pero eso le funciona a Chávez...
–Puede. Pero, verá, en los últimos años he ido mucho por Asia, para mi próximo libro, y allí están obsesionados con el futuro y guiados por el pragmatismo. Los latinoamericanos estamos obsesionados con el pasado y guiados por la ideología. Tenemos que hacer como ellos: obsesionarnos con el futuro, no con el pasado.
–¿No le parecen infantiles los planteamientos de este «socialismo del siglo XXI»?
–Yo diría que son bastante tramposos porque eso no es más que un proyecto de autoperpetuación en el poder. Todos estos presidentes siguen el mismo libreto: hacen campaña a favor de los pobres y contra la corrupción y, apenas ganan las elecciones, concentran toda su energía en cambiar las reglas para ser reelegidos. Chávez, Morales, Correa, Ortega, Zelaya... Todos lo mismo. Es sospechoso.
–También Uribe, que no es sospechoso de ser bolivariano…
–Si Uribe vuelve a presentarse será pésimo para Colombia, para Latinoamérica... y para él mismo.
–En uno de sus artículos usted decía que Uribe podía pasar a la historia como el mejor presidente colombiano…
–O el peor… Nos quitaría muchos argumentos a quienes criticamos a Chávez por querer perpetuarse en el poder. Sería un enorme error. Espero que no lo haga.
–¿Qué le parece el sucre, la moneda virtual del ALBA?
–Es un disparate total. Los latinoamericanos estamos haciendo la integración al revés. Europa empezó con acuerdos muy concretos sobre el carbón y el acero, y después llegó al Mercado Común y a la moneda única. En Iberoamérica, los presidentes firman acuerdos sobre mercados comunes y monedas únicas, pero luego no se ponen de acuerdo para venderse pollos entre países vecinos.
–Faltan buenos transportes...
–No hay. En muchos casos, para ir de un país a otro hay que pasar por Miami, no hay vuelos directos. Y encima se lanzan a una carrera armamentista disparatada.
–Dicen que la culpa es del pacto militar entre Colombia y EE UU.
–No. Empezó mucho antes. Venezuela está aumentando su gasto militar desorbitadamente. Ha gastado 5.000 millones de dólares en armas rusas en cinco años. Y Venezuela no es la única. Chile y Brasil también lo están haciendo. Y hasta Bolivia, que pidió un préstamo de 100 millones de dólares. Es un delirio total.
–¿Puede confiar Iberoamérica en el «factor Obama»?
–Creo que sí porque ha cambiado la imagen de EE UU en América Latina, que se cayó al suelo con Bush. Pero hoy no hay una política concreta para la región. Primero, porque no tiene su equipo para Latinoamérica y, por otro, porque tiene prioridades más urgentes: la crisis, Afganistán, Irán, Irak… Y ni él ni su equipo tienen una historia de afinidad con América Latina.
–¿A qué se refiere?
–Cuando le entrevisté por primera vez nunca había ido a América Latina y no pudo decirme tres nombres de presidentes latinoamericanos. Tengo esperanza en que su política hacia Suramérica sea beneficiosa para el continente, pero habrá que esperar.
–¿Será España un aliado importante de EE UU en la región?
–Creo que sí. España es una referencia política y económica para América Latina. Sin embargo, a veces me decepcionan algunas  actuaciones del Gobierno de Zapatero. Por ejemplo, no entiendo que Moratinos no haya tenido la más mínima intención de entrevistarse con los disidentes durante su visita a Cuba.
–Tampoco lo hizo en 2004...
–En aquella visita le pregunté por qué no se había reunido con ellos y me dijo que no era el momento porque España estaba tratando de tender un puente con La Habana.
–Entonces ya vamos por el segundo puente. ¿Tendremos que esperar a tender alguno más?
–Se lo preguntaré si me concede la entrevista que he pedido aprovechando que estoy en España.
–¿Habrá solución a la crisis hondureña antes de las elecciones?
–Habrá solución porque los candidatos obligarán a Micheletti y a Zelaya a llegar a un acuerdo. A ninguno de los aspirantes les interesaría ganar si no los reconoce la comunidad internacional.
–¿Volverá Zelaya al Gobierno?
–¡Con las manos atadas y bien atadas! Pero sí, creo que será repuesto en el marco de un Gobierno de unidad nacional.
 

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