- lunes 29 abril 2024
«La televisión ha roto el confort de los cuartos de estar con la brutalidad de la guerra», sentenció Herbert Marshall, y así explicó que Vietnam se perdió en los salones, no en los campos de batalla. Por si la moscas, Zapatero habla por televisión de paz y no de guerra en Afganistán y Obama, comandante en jefe de dos contiendas mundiales, no rechaza el Nobel, para investirse de paz en Estocolmo. El reparto de armas y efectivos queda fuera de los focos. Populismo en conjunción planetaria. A sus ojos, la diferencia entre las guerras de Irak y Afganistán es que esta última se ha revestido de legalidad y pacifismo de claveles. Aunque ambos saben que la guerra puede ser justa o injusta, nunca legal o ilegal. Montesquieu decía, irónicamente, que «la guerra es el acto de justicia más severo que existe porque puede tener por efecto la destrucción de la sociedad», y en éstas están Obama y Zapatero, sin ironía alguna, pretendiendo la destrucción talibán, bienvenida sea. Tanto como la transformación zapateril.
En Zapatero hay un antes y un después a los portazos que le ha dado la Casa Blanca. Cinco años y medio de espera para llegar al despacho oval le han amansado la bravura. Nuestro presidente ha pasado de creer que la guerra se acomete con la razón, a defender que contra los talibanes lo que importa es la victoria. Por eso con Obama no ha hablado de derecho y sí de efectivos, aunque aún lo hace a hurtadillas. Así estamos, ante el axioma napoleónico de que la guerra, ante todo, es un asunto de tacto. De tacto mediático, según Zapatero. Negando la guerra con la mano derecha, pasando la mano izquierda por el lomo de Obama, por si da suerte. La aspiración fallida de Zapatero de obtener el Nobel con el proceso de paz con ETA, ahora revive con el nuevo proceso pacifista, el de Afganistán. Esto es lo que ZP se ha traído de Washington, renovadas ambiciones. El amigo Obama –vuelta al mundo yanki- le ha explicado cómo conseguirlo, sin haber hecho méritos.