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Opinión

Los travestis del PP

Las luces se apagan, las velas se encienden. Hace un calor de mil demonios y me siento un poco como Philip Marlowe en el vivero, aunque no sé si dejan tan elevada la calefacción para mantener con vida a las orquídeas o al general Sternwood y el frente juventud. Y entonces aparece él. La música atrona, los aplausos la superan. Con parsimonia y porte erguido cruza la sala él. El único. El inigualable. Don Juan I de Ceuta y II de Jáudenes, gobernante excelso por la gracia de Simarro y Piedra. La masa apenas puede contener la emoción de tributar su alabanza al Cesar. Estas cosas con Jesús no pasaban.

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