Admiraba al director manchego desde sus comienzos por aquellas atrevidas y voluntariosas películas realizadas con muchas ganas, ilusión, tenacidad y escasísimo presupuesto. En los años 80 se presentaba en el Festival de Cine de San Sebastián con toda su «troupe» en plan provocador; era una forma como otra cualquiera de llamar la atención. Después de aquellos esforzados años, Pedro Almodóvar ha sido internacionalmente reconocido y ha recibido numerosos premios a su buen quehacer profesional. Ser un buen realizador cinematográfico significa eso y nada más, por lo que ser distinguido como tal no faculta al especialista para ser una autoridad en política, religión o moral y buenas costumbres, que es lo que pretende hacer el cineasta cuando sienta cátedra sobre estos asuntos que, aunque el no lo sepa, los trata con la misma profundidad y conocimiento que suelen tener las discusiones en la barra de un bar. Muchos españoles desean ver las películas de Almodóvar, pero no tienen por qué escuchar sus nada elaboradas opiniones, plagadas de tópicos y lugares comunes en contra de la derecha o la Iglesia. Curiosamente no habla mal de los etarras, el islam o los empresarios explotadores a quienes los «izquierdosos» como Almodóvar ubican junto a la derecha reaccionaria y antidemocrática. Quizás se deba a que él mismo se ha convertido en un potente empresario, aunque desconozco si pertenece o no al sector explotador.
El director manchego adora el costumbrismo y el refranero español, por lo que podría aplicarse aquello de «Zapatero a tus zapatos» y dejar el resto para quien «natura da et Salamanca presta». No está muy lejos en el tiempo aquel exabrupto en el que aseveró que Aznar pretendía dar un «golpe de Estado» cuando alguien barajó la posibilidad de retrasar las elecciones de marzo de 2004 ante la convulsión social generada tras el atentado del 11-M. No pudo estar más desafortunado y, de hecho, se abrió un debate entre politólogos con opiniones enfrentadas; pero ni unas ni otras serán nunca sinónimo de golpe de Estado.
Ahora, el objeto de sus críticas ha sido de nuevo la Iglesia católica y, concretamente, el Papa Benedicto XVI. Almodóvar tiene todo el derecho del mundo a ser anticlerical, gay o lo que le dé la gana, mientras no traspase los límites de la Ley, difame, injurie o atente contra la libertad de los demás. Él siempre ha pedido respeto y tolerancia para quienes han elegido su opción sexual, política o religiosa, por lo que habrá de comportarse de la misma manera con las personas que no piensan como él u opinan radicalmente lo contrario. Descalificar al Papa porque no acepta a las familias formadas entre travestis o transexuales y calificar esta postura de locura por «no reconocer de que modo viven millones de personas» demuestra una ignorancia supina sobre la doctrina de la Iglesia católica y una afrenta a los creyentes.
Una de sus cintas, «La mala educación», trata los abusos a menores cometidos por sacerdotes en los colegios franquistas. Pese a tanta insistencia asegura que la Iglesia -para él no debe existir otra- no es un fantasma del que se tenga que defender; pues cualquier psicólogo no demasiado avezado llegaría a la conclusión contraria.