Lo ves Juan, cuando a los políticos les pillan en un renuncio hacen uso de la palabrería y de argumentos falaces cuestión de Estado, que tape el desaguisado cometido y hecho público. Y es que al final a todos les arrolla el tren de aparato administrativo, prácticamente incontrolable.

Juan menea la cabeza mientras prepara el Bloody Mary con esa parsimonia tan característica suya y rumia entre dientes algo sobre los impuestos que tiene que soportar para mantener a “esta pandilla de vagos”.

Y es que resulta especialmente deplorable el dispendio económico de la Ciudad desde la perspectiva de la ciudadanía, que pone el dinero (venga este de donde venga) que se evapora entre los dedos derrochones de los políticos de turno y cuando, como dicen los castizos: les han ‘pillao’ con el carrito del ‘helao’-en clara alusión a la tirada de la manta que han realizado los medios de comunicación- recurren a argumentos opacos y miran para otro lado. Al final, no estaba todo tan claro como se quería vender al respetable y la transparencia era sólo un recurso dialéctico de la retórica populista.

A Juan se le sube la mala leche a la cabeza porque, en las actuales circunstancias, mantener el negocio en pie no deja de ser una heroicidad que no percibe ayuda alguna mientras el peculio público da tropezones en contrataciones inexplicables honestamente, más propias del marco del puro afán amiguista. Le recuerdo a Juan que ya Voltaire decía que “quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero” y la Administración se convierte en un corral con más zorros que gallinas.

Un trago al elixir preparado por Juan permite pasar la hiel que produce darse cuenta de estas circunstancias, y como siempre que la cosa se tercia amarga, él recurre a las novedades futbolísticas que depara la ya cumplida temporada.

Pago el trago y camino de la puerta del local recuerdo aquella máxima de Aldous Huxley que dice que “cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje” y visiono imaginariamente a los de aquí tirando del insidioso y famoso carrito.