Hay millones de personas en todo el mundo que son víctima de guerras, represiones, persecuciones, asesinatos, etc. por motivos de raza, religión, nacionalidad o ideología, y que se ven obligados a dejar sus hogares, sus enseres, sus seres queridos, su cultura y, en definitiva, sus vidas; emprendiendo así un camino incierto hacia lo desconocido.

A pesar de que sean acogidos en campos destinados a tal fin o en otros países, y por tanto se hallen físicamente a salvo, lo que nunca dejarán y siempre portarán consigo es el trauma psicológico que esta situación les provocó.

Dicho trauma se traduce en trastornos como ansiedad y depresión, irritabilidad o enojo y, muy especialmente, el llamado duelo migratorio. Este último es considerado un trastorno depresivo por estrés postraumático crónico debido a la pérdida de las raíces identitarias y de todo aquello que dejaron atrás (familia, amigos, lengua, tierra, etc.), por lo que se hace necesaria la psicoterapia para mejorar la calidad de vida de las numerosas personas que se hallan en esta situación, entre las que se encuentran gran cantidad de niños de todas edades, aún más vulnerables.

Con motivo del día del refugiado, el Colegio de la Psicología de Ceuta (COPCE) aprueba las iniciativas emprendidas por psicólogos nativos y del lugar de acogida en experiencias anteriores, en sintonía con la Asamblea General de la Psicología de España y otros colegios, quienes instamos a las máximas autoridades de los países afectados, tanto de salida como de acogida, así como a las ONG que asisten a estas personas, a que articulen mecanismos eficaces para que la psicoterapia les llegue y se satisfagan también sus secuelas y necesidades psicológicas.

En los estudios realizados en dichas experiencias previas, se ha demostrado que las terapias cognitivo-conductuales, en combinación con los tratamientos farmacológicos, son las técnicas más eficaces; aunque no las únicas que funcionan (también se usan terapias de desensibilización, de reprocesamiento o de psicoanálisis). Con ellas se logra, por un lado, amortiguar el impacto del trauma y gestionar adecuadamente los pensamientos y las emociones. Así mismo, se previene la aparición de trastornos de la personalidad, particularmente en los niños.

A nivel social, también se ha comprobado que las labores psicoeducativas y psicoterapéuticas aplicadas a los refugiados, les convierte en personas mejor integradas en el país de acogida, y por tanto menos conflictivas, que aquellos que carecen de estos servicios psicológicos. Por todo ello, el COPCE insiste en la necesidad de vertebrar mecanismos que logren optimizar los beneficios de la psicoterapia, tanto para la vida de los refugiados como de la sociedad que les acoge, y minimizar los efectos adversos de su no aplicación.