- En Barcelona, en pleno ensanche, en la cafetería donde desayuno los primeros días de agosto.

El camarero lamenta que no pasa ni gota de aire. Gota. Aire. Es la poética del día a día cuando el calor estruja la ciudad. El camarero resopla, fija la mirada en la barra e insiste. Es que no corre ni gota de aire.

Son casi las ocho. Octavo día de Agosto. Leo el periódico y me sacudo el sueño con un café. El camarero se acerca a mi mesa. Apunta al periódico con la barbilla. ¿Qué, cómo está el mundo?

En la foto de portada, el expresidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, desciende cabizbajo y pensativo por un sendero hacia la verja de su casa de Queralbs, en el Ripollés. Jersey beige, zapatos marrones y pantalón largo grisáceo. A su alrededor, todo es verde, fresco, clorofílico, pirenaico.

Sin prisa y con poca clientela, el camarero aguarda que responda a su pregunta. ¿Qué, cómo está el mundo? Yo señalo la portada con el dedo, señalo al expresidente y digo que bueno, que parece que en el Pirineo el tiempo es algo más soportable.

Fijo la mirada en la foto de portada y me sorprendo. Me sorprendo porque percibo que ahora mismo, cuando van a dar las ocho, lo que de verdad me solivianta es este manifiesto reparto desigual de temperaturas. Esta suerte de injusticia térmica. Pienso en Queralbs, verde, fresco, arborescente. Y pienso en el ensanche, en obras, tórrido, alquitranado.

Un poco más tarde, al mediodía, Pujol recibirá una citación de la Agencia Tributaria. Dos funcionarias se la entregarán en mano en Queralbs. En en pleno paisaje clorofílico. Donde sí corren las gotas de aire.