maestra

Tula Fernández Maqueira

Mi vida está llena de buenos profesores, y de malos, y de cada uno de ellos tengo aún viva en mi memoria una diáfana película de recuerdos. Decenas de anécdotas me vienen a la cabeza, anécdotas que dignifican u oscurecen aún más su paso por mi vida y si caliento un poco más el músculo del recuerdo soy capaz de visualizar el aula, el ambiente y los amigos que rodean a esa anécdota de mi escuela, ese preciso día, en ese justo momento con ese maestro o maestra.

Si la vivencia fue intensa, soy capaz incluso de recordar la estación del año, la hora del día o la fecha del calendario pulcramente escrita en la pizarra. Sin embargo, aun poniendo el máximo empeño no logro recordar la cara del médico que operó mi apendicitis, no creo que reconociera al tendero del quiosco de mi barrio si ahora mismo me topara con él, no recuerdo anécdotas de mis visitas al dentista y no puedo decir nada de la bibliotecaria de mi ciudad. No quiere ello decir que aquellas personas presentes en mi rutina diaria no alcanzaran importancia en mi vida, incluso cierto grado de influencia, pero simplemente, no eran mis maestros.

Los docentes, queramos o no, impregnamos la memoria de nuestros estudiantes, dejamos una huella en cada uno de ellos. Ya en la ceremonia inicial del primer día, ellos nos observan, nos chequean, rastrean cada una de nuestras expresiones, escudriñan nuestros gestos, avanzan más rápido que nuestras palabras, averiguan nuestras manías, imaginan nuestras fortalezas y, si cometes el error de permitírselo, cazan nuestras debilidades. Es el ritual de cada año y a partir de ese primer día comienza toda una vida con cada uno de ellos. No existe profesión más compleja que la del docente.

Los docentes trabajamos con vidas, variadas y cambiantes. Nuestras aulas están llenas de niños y niñas, de jóvenes y adolescentes felices y cuyas vidas les sonríen. Sin embargo, también entre nuestros estudiantes hay vidas tristes y desarmadas.

Tal vez muchos de los lectores de estas modestas líneas estén esbozando ahora mismo una sonrisa de incredulidad, tal vez haya quien esté a punto de soltar el periódico y no quiera leer ni una línea más de esta pomposa argumentación. Soy consciente de cuán a la ligera se critica a veces a los docentes. Si es usted uno de ellos le pido un minuto más de su tiempo. Decíamos que no existe profesión más compleja que la del maestro. Entiendo que existen trabajos más duros, sin embargo, he utilizado el término complejo. Un docente atiende a un número de entre 25 a 30 vidas cada día.

tula 2 verticalEl maestro o maestra de infantil y primaria comparte la mayor parte del día con ellos. El docente de secundaria, cuando se despide del primer grupo de vidas recibe a un segundo y a continuación a un tercero y a un cuarto y, a veces, a un quinto. Sin embargo, las horas no son un problema para ninguno de los buenos docentes que conozco, que son muchos, además, no se me ha olvidado que usted está a punto de dejar de leer y seguro que ahora mismo está pensando que en otros trabajos se hacen más horas. Tiene usted razón señor lector. Pero si vuelve usted a la frase anterior, he dicho grupo de vidas. Los docentes trabajamos con vidas, variadas y cambiantes. Nuestras aulas están llenas de niños y niñas, de jóvenes y adolescentes felices y cuyas vidas les sonríen. Sin embargo, también entre nuestros estudiantes hay vidas tristes y desarmadas. Cada mañana se sientan en nuestras aulas los problemas del siglo que les ha tocado vivir; se sientan vidas débiles a los que nadie escucha, vidas pobres que no llegan a final de mes, vidas que se miran al espejo y no se gustan, se sientan desamores, decepciones, fracasos amistosos, se sientan incluso vidas golpeadas, vidas maleducadas, vidas sin autoestima, vidas enganchadas a un ordenador y que no saben cómo salir de él, se sientan vidas acosadas, vidas desconcertadas con su sexo, vidas sin papeles, vidas sin voz, vidas que no ven, incluso vidas que no quieren vivir.

Todas y cada una de esas existencias son responsabilidad nuestra. Pero somos docentes, y entendemos que nuestro trabajo es de una responsabilidad inconmensurable y nos toca educarlos a todos, con el sentimiento de inclusión y equidad que es el único que puede salvar esas vidas, con nuestro esfuerzo, con nuestra estima, en definitiva, con nuestra entrega. ¿Entiende usted, señor lector, por qué le digo que el nuestro es el trabajo más complejo y delicado del mundo? Lo es.

Cuando usted está enfermo y su hijo está triste, su maestro está con él, cuando usted se divorcia y su hija sufre, su maestro está con ella, cuando usted trabaja muchas horas y no tiene tiempo para sus hijos, sus maestros y maestras sí lo tienen y cuando usted no sabe qué hacer nosotros seguimos buscando soluciones

Sin embargo, no siempre encontramos el apoyo y el reconocimiento merecido, fíjese que hablo de reconocimiento, pero nos conformaríamos con que la sociedad nos valorara en la justa medida. Nunca he visto a un paciente criticar a un médico un diagnóstico o una prescripción. Los docentes somos en cierta medida médicos de esas vidas. Cuando usted está enfermo y su hijo está triste, su maestro está con él, cuando usted se divorcia y su hija sufre, su maestro está con ella, cuando usted trabaja muchas horas y no tiene tiempo para sus hijos, sus maestros y maestras sí lo tienen y cuando usted no sabe qué hacer nosotros seguimos buscando soluciones.

Todo esto que le cuento seguro que está en su memoria. Le imagino una persona educada, interesada por los acontecimientos que suceden en el mundo, desconozco qué trabajo tiene o si cumplió sus sueños, no sé cuáles son sus pasiones, si vive en pareja o si tiene usted hijos. Ojalá con estas líneas haya usted logrado recordar a alguno de sus maestros o maestras, esos grandes personajes que le dieron forma a su vida y deseo profundamente que sea merecedor del esfuerzo que invirtieron en usted. Espero, le deseo que sea usted feliz. Estimado lector, eso es lo que hacemos, el trabajo más importante de todos. ¿Qué tal si hoy nos da las gracias?