Manuel Almagro Holgado

Hace ya aproximadamente un par de semanas que Silvia Andrés Arnaiz, una abogada de un reconocido bufete de España, denunció públicamente la discriminación machista que había sufrido en su lugar de trabajo tras ser madre. Concretamente, Silvia denunciaba que tras incorporarse de nuevo a su trabajo fue constantemente desacreditada profesionalmente por su jefe debido a su nueva situación personal, llegando a sentirse cada vez más insegura y comenzando a perder el interés por su trabajo. Un par de meses antes de esta denuncia, Raquel Duque hacía públicas algunas de las situaciones de descrédito y algunos de los comentarios y comportamientos machistas que había tenido que soportar como abogada durante buena parte de su carrera profesional, narrando cómo estas experiencias la habían llevado a dudar de su profesionalidad en múltiples ocasiones.

manuel almagroDirecta o indirectamente, Silvia y Raquel han sido víctimas de descrédito profesional por su identidad social, en concreto por ser mujeres. Que alguien reciba menos credibilidad de la que merece, profesional o de cualquier otro tipo, puede ser injusto en sí mismo; que esto ocurra por razones de identidad lo hace doblemente injusto, pues, entre otras cosas, fomenta la desigualdad del grupo desfavorecido. Desgraciadamente, las experiencias de Silvia y Raquel no son excepcionales y tampoco se reducen ni al ámbito profesional ni al grupo social al que ambas pertenecen. Muchas personas sufren diariamente este tipo de injusticias, situaciones que la filósofa Miranda Fricker denominó “injusticias epistémicas testimoniales” en su libro Epistemic injustice (2007). Este tipo de injusticias tienen lugar en el seno de la actividad de compartir información con otras personas, y ocurren cuando alguien dice algo y recibe menos credibilidad de la que merece debido a uno o varios prejuicios asociados con su identidad social.

Como digo, los casos de Silvia y Raquel no son casos excepcionales, simplemente son dos casos entre otros muchos que se han hecho públicos recientemente. En el caso de Silvia, el descrédito que denunció haber sufrido está principalmente asociado con su reciente condición de madre. Parece que una mujer no puede ser una abogada de primera línea si es madre, y a ella se lo hicieron saber desacreditándola continuamente. Por otra parte, la narración de Raquel, además de contener situaciones explícitas de descrédito, está plagada de muchas de las actitudes que contribuyen a que estas injusticias ocurran. En estas situaciones, y sobre todo de cara a su intervención, es importante prestar atención no solo al déficit de credibilidad mismo sino también a todos los elementos previos que van allanando el terreno para que tenga lugar este déficit.

Este tipo de injusticias tienen la peculiaridad de que no solo afectan a una única esfera de la vida social de la persona que las sufre. Las razones que motivan estas situaciones injustas tienen que ver con prejuicios identitarios y, de este modo, pueden ocurrir en cualquier ámbito de la vida social de la víctima: los prejuicios asociados a ser mujer, o a ser negra, o a ser de un determinado barrio, o a tener un determinado acento, etc., operan en todas las dimensiones sociales. Este es el rasgo que convierte a estas situaciones en sistemáticas y, por consiguiente, en persistentes en la mayoría de ocasiones. Ciertamente hay diferencias tanto entre los prejuicios asociados a cada grupo social identitario desfavorecido como entre las consecuencias de pertenecer a uno, a otro o a varios de estos grupos. No obstante, cualquier injusticia testimonial puede acarrear consecuencias graves para la persona que la sufre.

Dado el carácter sistemático y continuo de estas injusticias, las víctimas fácilmente pueden acabar desarrollando problemas de seguridad, auto estima y confianza. Y es que la injusticia epistémica testimonial es una forma particular de lo que en psicología se conoce como “invalidación”, concretamente una invalidación por razones de identidad social. Silvia y Raquel ofrecieron testimonio de las consecuencias que pueden tener estas situaciones: “No estoy dispuesta a continuar permitiendo que nadie me desacredite profesionalmente día a día, a ir volviéndome insegura, a ir perdiendo el amor por mi trabajo”, denuncia Silvia. “Uno hacía una broma por aquí, otro hacía otra broma por allá, y a mí se me acumularon las bromas y me hicieron dudar de mi validez como profesional, llegando a creer que solo estaba ahí porque era atractiva”, confiesa Raquel.

Estas declaraciones tienen respaldo en la investigación sobre el tema. En palabras de Fricker, la víctima de una injusticia testimonial “puede perder confianza en lo que cree, o en la justificación que sustenta aquello que cree” (p. 47), y como defiende la filósofa Beate Roessler en un artículo titulado “Autonomy, Self-knowledge and Opression” (2015), las consecuencias a nivel personal de sufrir este tipo de injusticias pueden llegar a socavar la autonomía de una persona. Desde el punto de vista mental, en los casos más extremos estas situaciones pueden llevar a una persona incluso a no saber cuáles son sus estados mentales (qué es lo que sabe, cree, quiere, teme, espera, etc.) o a comprometer su salud mental desarrollando algún tipo de síndrome o trastorno.

La gravedad de la injusticia testimonial no se reduce al aspecto mental. El déficit de credibilidad invisibiliza, silencia y perpetúa las diferentes injusticias que sufren los grupos marginados. Estas situaciones no pueden explicarse exclusivamente en términos individuales, poniendo el foco de atención únicamente en las personas que cometen injusticias epistémicas testimoniales. Estas situaciones tienen causas estructurales.