Julio C. Pacheco

¿Se acuerda de la película con ese título de los hermanos Summers? A los que tenemos una edad todavía nos vienen recuerdos de cuando fue aprobada la Constitución. Pocos años después a muchos que opositábamos a auxiliares de la función pública nos viene a la cabeza cómo cargábamos con las pesadas máquinas de escribir (las portátiles se encasquillaban más) para hacer la prueba de mecanografía, si pasabas previamente la teórica. Para los jóvenes de hoy: el paleolítico. Nos habíamos creído a sangre y fuego eso de la igualdad, el mérito y la capacidad. Ya no iba a ser necesario perfumarse sospechosamente con los hedores de la Falange, ni de la Sección Femenina, ni del Sindicato Vertical, ni lo de ser el recomendado del fulano importante de turno. Había llegado la Democracia y el juego limpio para todos. ¡Y un carajo!

Lo cierto es que el sistema varió notablemente pasados unos años y en la mayoría de las Administraciones los procesos selectivos de su personal se normalizaron y reglaron adaptándose a los nuevos tiempos. Pero empezó a ser muy frecuente, en varias Administraciones, ver a algunos que pasaban de pegar carteles de su partido a puestos de laborales o de funcionarios. Y especialmente doloroso cuando eran de los partidos de la izquierda, tú te sentías el primer traicionado, totalmente decepcionado porque habías soñado que ya no iba a hacer falta ningún carné político ni recomendado de nadie, tan sólo tu esfuerzo personal. De la derecha era más que previsible, y aunque se estaban dando una capa de barniz democrático de la mano de Manuel Fraga, después de 40 años sus raíces estaban -y están todavía- profundamente enraizadas dentro de los aparatos gubernamentales y económicos.

Llegó la libre designación, los asesores políticos sin estudios, los exámenes filtrados, los chiringuitos, los enchufados de toda la vida, las bolsas de empleo, el negocio de cursos puntuables, los numerosos escándalos de corrupción (en tiempos de la dictadura de Franco no eran menores pero se podían tapar mejor)… qué les voy a contar a estas alturas que ya no sepan.

La realidad es que puede encontrarse con muy buenos profesionales dentro de nuestras Administraciones Públicas. Más o menos simpáticos, más o menos currantes, con mayores o menores dosis de humanidad y empatía, como en cualquier otra profesión u oficio. Muchos son personas que se lo han currado y bien currado. En ocasiones que se han metido 3, 4 ó 5 años de sus vidas a empollar, en algunos casos 12 horas al día para ganarse a pulso unas oposiciones después de chuparse una carrera universitaria. Trabajar en la función pública, en ocasiones, si es compatible, también permite hacerlo en el sector privado o pasado un tiempo pedir una excedencia y marcharse a intentar ganar una pasta gansa, porque lo de la vocación pública -sin pasar por el aro del político de turno- para profesiones muy técnicas, complicadas y especializadas es exigirles demasiado.

Desde hace algunos años la Unión Europea nos está advirtiendo sobre el exceso de personal no fijo en las diferentes Administraciones Públicas. El pasado 22 de febrero el Tribunal de Justicia de la UE dictó una sentencia en la que obliga a España a cambiar la situación de esos trabajadores. Dicha sentencia ha sido contestada por nuestro Tribunal Supremo con una cuestión prejudicial para que le indiquen cómo hacerlo. Supongo que para dilatar la situación. Es evidente que para cambiar nuestra Constitución e incluir como prioritario el pago de la deuda pública no tuvo que consultar tanto el Gobierno de turno. ¿Se acuerdan en el inicio de este artículo de los principios constituciones del mérito y la capacidad para el acceso a la función pública? Pues como nuestros gobernantes no sacaron las vacantes en su momento me temo que al primer “To er mundo é güeno” que están haciendo, también conocidos como procesos extraordinarios de estabilización (sin examen alguno) se le va a unir casi todo el personal interino restante. Si es así pues me alegro por ellos por eso de que el roce hace el compañerismo (o el cariño, no me acuerdo bien).

Pues vamos a lo cotidiano, al día a día, a un caso hipotético. Hagamos un ejercicio imaginativo. Ya es ud. funcionario, estatutario o laboral fijo (¡Hala!, un trabajo para toda la vida si se porta bien, que no le va a hacer rico). Es verano y le mandan de la bolsa de empleo a un auxiliar administrativo para cubrir la baja de las vacaciones de un compañero -barra- compañera. Le voy poner nombre, situación personal y estudios, Antonio, con novieta, veintipocos años, que viene de otra provincia y es economista. Y cuanto ya teníamos algo de confianza:

Yo- Muchacho, ¿y siendo economista no trabajas de lo tuyo?

Antonio- Es que de lo que yo he estudiado no hay bolsa de trabajo en esta Administración y lo anterior fue una ETT que me explotaban mucho. Así que llevo 2 años preparándome unas oposiciones porque para las que son por concurso-oposición casi no tengo puntos por tiempo trabajado y no quiero perder el tiempo estudiando para nada.

Yo- Pues sí, la verdad es que si sigues en la bolsa pues seguramente te irán llamando hasta que pilles una interinidad vacante o sustituta. Lo de las oposiciones, “a pelo”, lo veo muy difícil.

Terminó en septiembre su nombramiento eventual y le perdí la pista. En enero me puso un Whatsapp desde Málaga diciéndome: ¡Las he sacado!, como la convocatoria era para toda España ahora a esperar a ver qué destino me adjudican.

Ya sólo le falta que a Antonio que lo manden a Ibiza que cuesta el alquiler de un piso un huevo de avestruz y a muchos de los que decían en varias convocatorias pasadas eso de “yo no me mato estudiando porque ya llevo 10 años de interino y de la bolsa no salgo”, con el “To er mundo é güeno europeo” los hagan fijos a todos y encima se queden es sus plazas por los servicios prestados, no dejando optar a esas vacantes a muchos que se dejaron los cuernos estudiando para sacar su plaza fija mucho antes que ellos. Ya veremos.