Acabando de llegar de viaje, me han llamado la atención dos cosas que no tienen nada q ver con el viaje (espectacular por otra parte), y sí con las personas, la importancia del amor y las necesidades, que, como bien decía aquel, las crea el ser humano porque muchas de ellas no son vitales.

Cierto es que vivimos en un tipo de sociedad donde el consumo, como casi en cualquier tipo de sociedad actual, marca el estatus de las personas; pero muchas veces, bastantes, y no deja de ser cierto, no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. He estado en lugares donde nadie tenía un móvil por ejemplo, y no parecían menos "felices" que nosotros.

Bueno, como iba diciendo, he aquí que en la isla de Pascua no se puede entrar en los parques de los moais (salvo excepciones), con un guía o acompañante, así que no te queda más remedio que contratar a alguien para entrar. Nosotros contratamos a Parapuna, que así se llama la chica, novia del taxista que nos llevó al hotel desde el aeropuerto.

Pues esta chica, además de contarnos cosas sobre la isla, historia, etc, por cierto, debió ser increíble eso de ver a los rapanuis bajando acantilados, nadando a la isla cercana y volver con el huevo del ave que los convertiría en jefes (muchos morían despeñados).

Y resulta que, asunto 1, nos contó que conoció a su novio dos meses antes de la pandemia y él se tuvo que volver a Santiago a trabajar, así que los separaban casi 4000 kms de océano (que ya está lejitos la isla...). En plena pandemia no se podía salir de la isla por un motivo que no estuviera más que  hiperjustificado, y tenía que recibirte el alcalde y darte permiso para irte de la isla. Y allí que se planta Parapuna y cuando le pregunta el alcalde por qué motivo se quiere marchar de la isla esta le dice: "alcalde, me marcho por amor y usted siempre dice que el amor es lo más importante". Parapuna dejó sin argumentos al alcalde... y se fue.

Asunto 2. Parapuna tenía un padre que en la isla conoció a una turista estadounidense y se enamoró, dejó a su mujer, a sus hijos y se fue a Los Ángeles a vivir. Una vez allí, enamorado, resulta que este hombre cada vez que abría la nevera se sentía miserable, veía demasiada opulencia, demasiada comida y lujo y no podía dejar de pensar en que sus hijos no vivían así, que vivían de una manera mucho más humilde. Le pudo tanto la situación que.... se volvió.

Y allí que está en la isla, sin trabajo, con una barquita en la que sale a pescar y come lo que pesca, tan simple como eso, tan difícil a nuestros ojos, tan fácil a los suyos.

PD: La madre de Parapuna aún no le ha perdonado, menos mal que parece ser que él es muy feliz solo. Cosas de la vida.

Felices fiestas y salud, ojalá pudiera abrazar a mis padres un segundo y jugar con Copito un rato. A veces me puede la nostalgia...