Ella no sabe quién soy yo pero yo sí sé...

S.J. UVE


Martita no tuvo una infancia fácil. Nacer en la posguerra, demasiados hermanos, pocos ingresos, tiempos difíciles. No estudió, no pudo, demasiado hacía con ayudar a su madre en casa desde muy niña, demasiado hacía con intentar comer tres veces calientes al día.

Aun así era una niña despierta, activa, trabajadora, responsable, jugaba, como cualquier niña pero no era fácil, no. Fue creciendo y muy joven se casó. Con el tipo de educación que había recibido y la poca preparación que tenía, se dedicó a hacer lo que mejor se le daba: fue ama de casa, pero ama de casa a la antigua usanza: pila para lavar la ropa, friegaplatos inexistentes, hornos y microondas inasequibles, madrugones para que sus hijos fueran todos bien vestidos y peinados al colegio, con falta de tiempo para que al llegar a casa su marido y sus hijos del cole el piso estuviese limpio y la comida en la mesa, etc.

Apenas tiempo para ella, apenas tiempo de ocio, pero feliz al fin y al cabo criando a sus hijos. Aún joven empezaron las enfermedades: el riñón por aquí, el pulmón por allá, hospital va y hospital viene; malos tiempos.

Pero fuerte como una roca, de esa generación que tuvo que comer a veces cáscaras de plátano o simplemente no poder dormir por la noche porque el estómago crujía, lo superó todo.

El tiempo fue pasando, la situación económica mejoraba, los hijos crecían, algún gasto menos, algún ingreso más, a fin de cuentas mejores tiempos. Veranos felices, playa por la tarde, sin olvidar nunca las tareas domésticas, alguna que otra alegría con los nietos que iban naciendo y la vida iba pasando para todos.

Un día un hijo tuvo una conversación con ella por la mañana, al volver a la hora de comer a casa le preguntó que si había pensado algo sobre la charla mañanera, a lo que aquella contestó: ¿"qué charla"?

"Joder, mamá, como que ¿qué charla? La de esta mañana".

"Anda ya, niño, charla ni charla".

"Vaya despiste que tiene mi madre", pensó.

Pero poco a poco, casi imperceptible, invisible, sigiloso, de forma ruin, algo se iba moviendo en su cabeza, algo iba creciendo miserablemente en su psique.

"¿Cómo se enciende la vitro"? Pero, ¿qué dices, mamá? "Pues como siempre, este botón "¿Y luego"? "Mamá, ¿estás bien?

No, claro que no, mamá no estaba bien. De ahí en adelante la desazón, la impotencia, la frustración. Esa mujer que un día fue niña, que jugó, que daría la vida por ti, te pregunta cuando vas a verla que quién eres...

Imposible o difícil de asimilar, desde un punto de vista de una mente sana, cómo es posible, cómo puede ser verdad que te esté preguntando eso, a ti, a su hijo, a su vida.

Y ya la cosa no puede sino empeorar, más lento, más despacio, más o menos pastillas, pero el tiempo es implacable. Solo queda trabajar la paciencia porque te mata la pena y la desesperación por ver a una persona a la que amas así.

Hoy es el día mundial del Alzhéimer. Investiguen científicos, investiguen. El ser humano es capaz de hacer cosas increíbles, impensables, inimaginables. ¿De verdad que no hay algún remedio para enfermedades así?

Y a los que pasan por algo así, paciencia, no hay otra solución. Es de cajón que ellos no quisieran estar así, e intenten recordar siempre: puede ser que ellos no sepan quienes somos nosotros, pero nosotros sí sabemos quiénes son ellos, ¿verdad?