- domingo 05 mayo 2024
La primera jornada de la manga de Berlín de la Copa del Mundo en piscina corta se saldó ayer con seis récords del mundo y el quinto puesto de Michael Phelps en los 200 mariposa. En cuanto a la actuación española destaca la victoria de Aschwin Wildeboer en la final de los 100 espalda, Melquiades Álvarez batió su propio récord de Europa de 200 braza y entre Conchi Badillo y Mercedes Peris batieron tres récords nacionales.
En la sesión matinal, el ruso Sergey Fesikov abrió la fiesta en los 100 estilos (50"95), con lo que rebajó la anterior (51"15) del estadounidense Ryan Lochte desde el 13 de abril de 2008. Por la tarde el ruso se colgó el oro en la final.
Fue en la sesión vespertina cuando llegó la cascada de récords. El sudafricano Cameron Van der Burgh rebajó su plusmarca de los 50 braza con 25"25 por los 25"43 del pasado 8 de agosto. Siguió el alemán Paul Biedermann con 3'32"77 en los 400 estilos, desplazando al australiano Grant Hackett (3'34"58). El también germano Steffen Deibler batió el récord de los 50 mariposa con 21"80, 26 centésimas menos de su plusmarca desde el 24 de octubre.
Las chicas aportaron dos nuevos topes en la tarde de ayer. Uno estuvo a cargo de la japonesa Shiho Sakai en los 200 espalda con 2'00"18, con lo que mejoró los 2'00"91 que tenía fijada la zimbabuense Kirsty Coventry desde el 11 de abril de 2008. Y la otra la consiguió la australiana Leisel Jones, que mejoró su tope de los 100 braza con 1'03"00, 72 centésimas menos que el crono que consiguió en Canberra el 26 de abril de 2008.
Por su parte, Michael Phelps sigue ofreciendo un perfil bajo, propio de los primeros compases de la temporada. Ayer sólo pudo ser quinto en la final de los 200 mariposa con un crono de 1'52"26, lejos de su propio récord (1'51"51) y de los 1'50"58 del vencedor, el ruso Nikolai Skvortsov.
Con luz propia
En cuanto a los españoles, brillaron con luz propia Melquiades Álvarez yAschwin Wildeboer. El andaluz logró el récord de Europa y la mejor marca mundial del año en la final de 200 braza, que ganó con 2'02"67, mejorando sus 2'03"46 del pasado abril en Sabadell. Wildeboer, por su parte, ganó por la calle 7 los 100 espalda con 49"55 en una final en la que tuvo como rivales al estadounidense Peter Marshall y al japonés Junya Koga, actual campeón del mundo de 100 espalda en piscina larga.
Además, hubo tres plusmarcas nacionales femeninas. Conchi Badillo hizo doble récord en 100 braza, ya que al paso por los 50 marcó 31"16 y al final, 1'06"51. Y Mercedes Peris con 27"46 en los 50 espalda que dejan a Nina Zhivanevskaya sin récord por dos centésimas. Erika Villaécija y Eider Santamaría fueron cuarta y quinta respectivamente en los 800 libre. Hoy, segunda y última jornada de la manga berlinesa
El Príncipe de Asturias de la Concordia recayó ayer en Berlín. Muy acertado. No en vano significó el fin de la terrible división de una ciudad, un país y el mundo entero. Aquel acontecimiento acabó con el comunismo. Aunque fue el comunismo el que se autodestruyó en realidad. Recuerdo bien aquello porque tuve ocasión de cruzar dos veces el muro de la vergüenza, y ver lo que había al otro lado. En ambas ocasiones quedé tremendamente impactado. Si hasta ese momento algo en mi interior podía hacerme mirar con benevolencia al comunismo, a partir de entonces jamás pude disculparlo en ninguna de sus vertientes. Berlín Este era un mundo distinto. Lo veías ya en la aduana. Decenas de policías de gris hieráticos auscultaban todo sin sonreír. El pasaporte lo repasaban de arriba abajo. El cacheo era obligatorio y vejatorio. Una vez que cruzabas la frontera, entrabas en la ciudad. Era como pisar otro planeta. Lo primero que veías era a muchas mujeres vendiendo florecillas a los ocupantes de una inmensa cola formada para esperar el transporte público. Decidimos evitar la cola e irnos andando hasta el centro, para atisbar el ambiente callejero. No había nada que ver. El día era gris y, como no abundaban las tiendas, todo parecía mortecino. Atisbar un escaparate era milagroso, y los pocos que subsistían carecían de interés. Los escasos coches que circulaban eran pequeños y antiguos, propios de países del tercer mundo más que de la próspera Alemania. Soltaban un smog que lo polucionaba todo. Los semáforos también estaban obsoletos y sucios. Igual que el tranvía, ruidoso y lento, propio de la guerra. Me llamó la atención el comportamiento de las personas. Andaban deprisa y sin hablar, rodeados siempre por policías y militares. Vestían ropas baratas y de escasa calidad. Y miraban. Nos miraban mucho a los turistas y a los autobuses de los turistas, como si fuéramos extraterrestres. Recuerdo que a las cafeterías solo podíamos entrar los turistas. Bueno, también los miembros del partido comunista de la RDA, que vestían camisa azul, como la Falange. El funcionamiento de las cafeterías era peculiar. Los camareros eran funcionarios y se repartían el establecimiento por zonas. Con tanta meticulosidad que cada uno de ellos atendía sólo a los clientes de las mesas asignadas, nunca las demás. El resultado era exasperante. Había funcionarios que no paraban de trabajar y otros que estaban con los brazos cruzados, mirando. Tanto el servicio como la calidad de la comida eran pésimos. El comunismo se desmoronó porque, tal como estaba planteado, era imposible que funcionara. Si te pagaban lo mismo por atender tres mesas que diez, la tendencia natural era atender tres. Si a un taxista le abonaban la misma cantidad por llevar un pasajero que ochenta, el resultado eran las enormes colas en las paradas del transporte público. Salí de Berlín Este sin ganas de volver y compadeciéndome de las personas que allí vivían: encarcelados, sin libertad para leer, ver la TV o viajar. Tenían que pedir autorización hasta para ir de un barrio a otro. Y siempre percibías, cerca o lejos, la silueta omnipresente del muro, 160 kilómetros de cemento y alambradas electrificadas, campos minados y militares armados a cada esquina. Aquello era el comunismo. Se desmoronó tras 28 años de vergüenza. Aunque cuando yo lo visité parecía imposible que pudiera caer. Afortunadamente, todas las injusticias acaban algún día. No hay mal que dure de por vida.