El verano se nos va y lo hará sin canción, sin la tradicional música reggeatona, hortera y machacona, que al ritmo del «play back» y el agua ha inundado las discotecas cada verano de lujuria y alcohol. Desde el «Opá, yo viazé un corrá», ya vi que los veranos no serían como antes, que nuestra particular crisis asomaba sus fauces para traernos temas aún más horteras y vulgares, como el «Tócame el windous» de este año, auténticos espantajos musicales que nos hacen añorar a aquellos Diablos del «rayo de sol uo oo» y nos hacen parecer inigualables cantinelas «La bomba», la «Macarena» y el «Aserejé». Este año no ha habido canción del verano porque lo más sonado, átense los machos, han sido los galácticos brindis al sol del Gobierno, las dudas encanijadas de la oposición y las manías persecutorias de unos y otros. «Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos...» dicen las primeras estrofas del tango «Cambalache». El IIS acaba de publicar una encuesta que dice que cada pueblo tiene su canción reflejo de su estado de ánimo, lo que sitúa a los argentinos, con sus decadentes tangos, ojos tristes, nostalgias y caminitos, en los peldaños más bajos del optimismo de Hispanoamérica. Otros por allí tienen cumbia, salsa y parranda, y son optimistas a pesar de los gobernantes, la mafia, el narcotráfico y el hambre. También aquí, en tiempos poco briosos, tuvimos a Rocío Jurado cantando «Como una ola», precursora del movimiento veraniego hortera de los del Río, las Ketchup y King África. Pero hoy con George Damm desaparecido, Luis Aguilé sin tupé, Raphael con 70, Julio Iglesias sin llenar, la Pantoja del rosa al negro y el Dúo Dinámico redivivo inane, no hay canción del verano que levante cabeza. Lo demás es crisis. Aquí, en el verano del 2009, como los pesimistas argentinos, caminito amigo, yo también me voy...