Un terremoto de 8,8 frente a la costa pacífica japonesa genera olas gigantes que devastan el litoral. El país sufre un corte masivo de las comunicaciones.
De repente, tras la calma tensa posterior a la conmoción, las noticias apocalípticas empezaron a llegar, una tras otra, a cada cual más grave. Un tren de pasajeros totalmente desaparecido después de ser arrollado por una ola gigantesca junto a la costa; conductores desesperados huyendo de una lengua de agua de 10 metros de altura, algunos de ellos sin éxito; entre 200 y 300 cuerpos sin vida desperdigados por la playa de Sendai, la ciudad más afectada por el tsunami; una planta petroquímica ardiendo; un reactor nuclear cuyo fallo en el sistema de refrigeración obligaba a declarar el estado de emergencia nuclear y a evacuar a 3.000 personas en un radio de 2 kilómetros. Y así, hasta el infinito.