cocida

Una democracia poco cocida

Occidente tiene ansia de cambio en muchos gobiernos. Y eso es bueno, porque demuestra que nos interesa lo que ocurre en lejanos lugares en los que probablemente, una jornada electoral puede significar mucho. Para nosotros y para ellos.

Quien gobierne en Irán es importante para todos. De ello depende la estabilidad en una región tan problemática como importante en reservas naturales. Si nos llevamos mal con Teherán, nuestra gasolina no costará lo mismo. Es el mismo motivo que a algunos les empujó a bombardear Bagdad. Afortundamente, las formas han cambiado.

Los persas tienen fama de honrados y de luchadores. Y cuando se han sentido estafados han salido a la calle, han golpeado y han enseñado los dientes. La democracia iraní es el fruto imperfecto de un abuso. Todo el honor de un país fue pisoteado a diario por un hombre, el Sha, que actuaba bajo los designios de Washington, sin importarle más que su perpetuación en el palacio real. Gobernó con irresponsabilidad y mano dura. Y en la miseria, nació la fe que aportaba un señor mayor harto de ver como las naciones extranjeras controlaban un país que no era suyo. Ante el ataque a las raíces, el ser humano suele responder con virulencia y con una fe desmedida en lo intangible. Es lo que se llama esperanza, de la que emanan las religiones.

Jomeini tomó las riendas tal y como era de esperar a manos de un clérigo. Imponiendo credos e ideas con ese aire dictatorial que impregna todas las decisiones que toman aquellos que sostienen su verdad como la única. Es la forma de gobernar de los fanáticos. La llamada Revolución Islámica no podía llamarse de tal forma sin una presunta cortina maquillada de democracia. Han sido muchos los años en los que Irán ha tratado de venderse como un estado moderno y lo único que ha logrado ha sido la actitud de Israel.

Irán siempre ha pedido intervención occidental en la zona. Llamó a la mediación hasta que se sintió lo suficiente poderosa como para sentarse en la mesa de negociación. El programa nuclear no es otra cosa que garantizar una paz a corto plazo. Nadie va a atacar a Irán si tiene bombas atómicas. Por eso, EEUU se lanzó sobre Irak y sus presuntas armas de destrucción masiva. Sabía que no existían.

Ahmadineyad es un extremista, fiel a la tradición ultranacionalista de las naciones que se sienten amenazadas y cuyos habitantes eligen al que consideran más capacitado para enarbolar su defenderle. Obama ha llegado con un nuevo discurso y muchos iraníes -los que forman esa élite que tiene acceso a las nuevas tecnologías de la información- quieren someterse a la voluntad de cambio de ese encantador de serpientes que duerme en la Casa Blanca. Es el camino más derecho hacia la paz. Hemos visto los disturbios de las calles de la capital pero nada se sabe de las zonas rurales donde el actual presidente tiene un respaldo total. El líder supremo del país ya ha dado por válidos los resultados. Como soñó Jomeini en su día, un solo iraní va a ser el que decidiera los destinos de su país.

Prueba de que quedan muchas cosas por cambiar en Irán es el trato que se le está dando a la prensa extranjera. Férreo control al material que está saliendo del país e incluso vigilancia intensiva de las conexiones en directo. Desde aquí, mi más sincera enhorabuena a los compañeros por pelear incluso en esas condiciones.
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