En barco por el canal de Nivernais. Es uno de los viajes de los que guardo mejor recuerdo, por la perfecta combinación de buenos amigos, familia, aventura, diversión… y todo sin necesidad de tener avanzados conocimientos náuticos. Es más, se puede llegar a buen puerto siendo torpe, torpísimo, sin apenas más incidentes que perder alguna boya por el camino y un par de tazas del completo menaje del que dispone la nave.
La travesía en barco por el canal de Nivernais, uno de los más atractivos de Francia por la belleza del paisaje, se prolongó en nuestro caso a lo largo de 100 kilómetros y seis días. En medio, tuvimos que salvar unas 30 esclusas, algunas de ellas decoradas con gran mimo. Pero también hubo tiempo para visitar los pintorescos pueblos que jalonan el recorrido, pertenecientes a la ruta de los pueblos florecidos, unas pequeñas localidades llenas de encanto, aunque quizá demasiado solitarias y tranquilas para el bullicioso espíritu español. Es un viaje que combina a la perfección el dolce far niente con la práctica del footing, el ciclismo (el servicio incluye alquiler de bicicletas) o unos sencillos paseos, en el excelente camino de tierra, asfaltado en algunos puntos, que acompaña el recorrido. Esta combinación tierra-barco es clave si se viaja con niños, pues las granjas que jalonan el camino son un atractivo adicional.
Pero no todo es ejercicio, no teman: hay tiempo también para deleitarse con los caldos de la zona y disfrutar en cubierta de sabrosas viandas, si son cocinadas por un francés pata negra tanto mejor, por aquello de que la inmersión gastro-cultural sea completa.
Una experiencia totalmente recomendable, tanto para llevarla a cabo con amigos o con niños o, como fue nuestro caso, con amigos y con niños.