Está claro que a lo largo de las semanas que dura ya el secuestro del Alakrana se han cometido numerosos errores. Da igual, porque en este momento crítico no deberíamos perdernos en guerras de acusaciones y reproches, dado que lo que se impone es cerrar filas para lograr lo principal: liberar, sanos y salvos, a los pescadores vascos apresados. Es lo más importante, sin duda, y tiempo habrá después para criticar al Gobierno, a los jueces, a la Armada, a los pescadores, a los armadores y a quienes han intervenido de una u otra manera en este doloroso y largo secuestro.
Deberían quedar claras algunas cosas, no obstante. La primera es que aquí hay más de una responsabilidad, partiendo de la que corresponde al propio barco y a sus propietarios y patronos, que decidieron pescar en una zona considerada insegura y sobre la que pesaba la advertencia de no faenar por peligro evidente. Es lógico que las familias protesten y exijan el regreso inmediato de los suyos. Están en su derecho a plantearlo y a decir lo que dicen, debiendo perdonar que lo hagan a veces con gruesas palabras y severas acusaciones. Aunque tampoco sea del todo cierto que no se defiendan sus intereses ni que no se les haya dado información puntual de lo que va sucediendo. Lógicamente se les ha informado, aunque está claro que se trata de algo que en modo alguno les satisface, pues la única noticia que esperan recibir es la de la liberación de sus esposos.
Pero la situación es la que es. O sea, mala. El despropósito del traslado a España de los piratas detenidos se está pagando con la reacción histérica pero calculada de unos secuestradores que llegaron a obligar a sus rehenes a que llamasen al mismo tiempo a sus mujeres para decirles que los iban a matar a todos, al tiempo que hacían detonar una granada, con el objetivo único de alarmar y presionar en España.
No debemos pensar, como pretenden algunos, que nuestros militares en el Índico son una panda de inútiles. Son profesionales de primer nivel muy bien preparados que podrían actuar en cualquier momento si se les manda. Pero la situación no es fácil. Forzar una intervención que ponga en riesgo la vida de los pescadores sería imperdonable, y ese riesgo existe ante un grupo de piratas drogados con Qat deseosos de pegar tiros. Más razonable sería hacer lo que Francia: se tapa uno los ojos mientras los armadores pagan y después se persigue a los piratas hasta reducirlos, recuperando el botín. Claro que eso ahora es complicado tras la exhibición del omnipresente juez Garzón, una vez que ha ordenado el traslado a España de los detenidos por nuestra Armada. Es evidente que hicimos bien en capturarlos. Pero lo de Garzón sobraba. Cualquier solución pasa hoy por solventar la situación de los dos delincuentes, cuestión a la que debiera ser sensible la Audiencia Nacional articulando una salida legal que ayudase a resolver el conflicto y permitiera la liberación de nuestros pescadores.
En situaciones como ésta es fácil que caigamos en la crítica rápida hacia quienes están en la gestión de la crisis. Es evidente que hay razonas sobradas para ello. Pero también lo es que lo relevante ahora es salvar las vidas de los hombres del Alakrana, y que a ese objetivo debemos contribuir desde todos los ámbitos.