Lo peor de los pulsos es que se pueden perder. Y Ricardo Costa quiso echarle uno al aparato y lo ha perdido. Mal aconsejado, hizo lo contrario de lo que debía. En vez de convocar a la Prensa para decir «no me voy porque no he hecho nada», debió hacerlo, pero para proclamar: «Soy inocente. No he cometido delito alguno. Tengo todas mis cuentas en regla y las facturas de mi coche. Pero, dado que se ha creado una atmósfera que me supera y está perjudicando a mi partido, he decidido dimitir temporalmente para poderme defender ante los órganos internos y ante los tribunales, si fuese necesario». Todo eso tras agradecer a Camps, a Rajoy y al PP entero la confianza que le dieron y el apoyo prestado. Sin duda que con esa actitud hubiera salido por la puerta grande de su despacho, dejando abierta la posibilidad de volver a ocuparlo cuando su inocencia estuviese probada. Pero le aconsejaron mal y eligió el camino equivocado. Nunca es bonito poner el ventilador para culpar a otros de las gestiones propias.
En los partidos, como en la vida, los cargos no son de nadie en propiedad. Se está en ellos mientras se cuenta con la confianza del que tiene la capacidad de hacer los nombramientos. Pero igual que se dan, se quitan. Sobre todo, si uno no sabe estar a la altura de las circunstancias.