Opinión
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha vivido o contemplado -según donde estuviera cada cuál- multitud de pequeños o medianos conflictos bélicos, todos ellos de ámbito regional. Un país contra otro; en especial en las zonas de Oriente Medio, Oriente Asiático y Europa del Este. Pero, hasta hace un lustro aproximadamente, las naciones no se habían enfrentado a una nueva experiencia de Guerra Mundial. La situación, desde entonces hasta nuestros días, ha dado un nuevo significado a esas dos palabras. El concepto de “guerra mundial” se ha transformado, por mor del terrorismo, en el de “Guerra Total”. Hoy por hoy, todas las naciones del mundo, desde las más ricas hasta las más pobres, son víctimas potenciales de ese enemigo común. Por primera vez en la historia de la humanidad, no se trata ya de la lucha por el territorio, de la expansión imperialista o de la implantación, por la fuerza, de las ideologías. Se trata de un enemigo sin rostro, con multitud de células activas o durmientes, pero preparadas, como una guerrilla de alcance internacional, para actuar en cualquier lugar y en cualquier momento. Sus armas son la sorpresa y el terror. Buscan la muerte de multitudes y sus miembros no vacilan en inmolarse en plan kamikace, porque su fin último, como individuos fanáticos que son, es alcanzar la supuesta gloria del paraíso del guerrero con huríes incluídas.