La conmemoración del XXX aniversario del Estatuto de Guernica, presidida ayer por el lendakari Patxi López, ha tenido un profundo carácter simbólico, muy acorde con la nueva etapa de regeneración democrática que vive el País Vasco. De entrada, esta efeméride no habría sido posible con el PNV en el Gobierno vasco, partido que desde hace casi dos décadas ha despreciado institucionalmente el texto estatutario, por más que se haya aprovechado de él sin recato y lo haya esgrimido como arma para sus exigencias insaciables ante Madrid. Fieles a esa praxis política que mezcla victimismo con ventajismo, los dirigentes nacionalistas se quedaron ayer en casa, aunque no todos, pues con el lendakari López estuvo Josu Jon Imaz, gesto que demuestra la fractura en un PNV en crisis.
El magnetismo que ejerce la fecha del 25 de octubre en la historia institucional del País Vasco resulta bastante peculiar y en torno a ella se han ido tejiendo y destejiendo propuestas con fuerte carga simbólica. Patxi López quiere que el 25 de octubre sea el Día de Euskadi, la fiesta oficial de la comunidad vasca, por ser el día en que los ciudadanos vascos votaron por mayoría el Estatuto de Guernica. Sin embargo, los nacionalistas consideran esa fecha poco menos que una afrenta, porque en tal día de1839 se confirmaron por Ley los fueros vascos y navarros, lo que jamás aceptó Sabino Arana. No por casualidad, Ibarretxe aprobó su plan soberanista un 25 de octubre y propuso que el referéndum también se celebrara ese mismo día del año pasado. Pero mientras los nacionalistas siguen presos de sus fijaciones psicológicas y sus mistificaciones históricas, la sociedad vasca avanza en este nuevo siglo con la certeza de que el Estatuto de Guernica es el instrumento adecuado y suficiente para desarrollarse como entidad autónoma en el conjunto de España. Mal que les pese a los nacionalistas, el País Vasco nunca ha gozado de un marco institucional tan completo y propio como el de ahora, con un concierto económico muy ventajoso, el reconocimiento de su foralidad y autonomía. Como señaló ayer López, el Estatuto de Guernica es un pacto entre vascos diferentes que deciden vivir juntos, respetando esas diferencias. Es también un instrumento que permite unir a los demócratas en defensa de las libertades y contra el terrorismo de ETA, esa rama del nacionalismo que aspira a construir un País Vasco sobre los cadáveres de sus adversarios. Además, no son ajenos al Estatuto la fuerza económica y el bienestar de la sociedad vasca, que se asientan en el resto del mercado español. No cabe duda de que todos los textos constitucionales son perfectibles y que el de Guernica aún tiene más recorrido, pero esto nada tiene que ver con la actitud hostil del PNV, que no pierde ocasión para deslegitimarlo, en una peligrosa aproximación a las tesis del brazo político de ETA.
Ha sido un gran acierto del lendakari López haber rescatado la fiesta democrática que fue el 25 de octubre de 1979 para reivindicar un Estatuto que es de todos y, tal vez lo más importante, por cuya vigencia han sido asesinados cientos de vascos. En este punto, nada más justo y oportuno que el homenaje tributado ayer en Vitoria a todos aquellos que, por defender la libertad y la convivencia, han muerto a manos del terrorismo etarra. A diferencia de los sucesivos gobiernos del PNV, el que preside López, con el apoyo del PP, ni esconde a las víctimas ni reniega de unas leyes constitucionales que, votadas por la mayoría, garantizan la libertad y los derechos de todos.