Como ilustra el famoso dicho, las opiniones son como cierta parte de la anatomia humana, todo el mundo tiene una. Es lógico y normal, ya que al fin y al cabo se supone que somos personas libres en un sistema democrático en el que cada cual puede pensar lo que le venga en gana. Y aunque la cantidad de pensamientos, especialmente originales, es algo cada vez más difícil de encontrar en la sociedad actual, vivimos una época boyante y esplendorosa en el mercado de las opiniones. Obviamente, con el ineludible advenimiento de la época electoral las opiniones se multiplican como las setas, y cada hijo de padre y madre comienza a ofrecer su visión sobre todo lo que exista entre cielo y tierra cual si de tertulianos radiofónicos se trataran. El problema radica en cuando el que opina es un periodista, nada especialmente grave ya que aunque parezca lo contrario los periodistas, por lo visto, tambén son personas, si no fuese porque algunos deciden opinar en sus informaciones.