Opinión
Es difícil encontrar, en el sentido común, término más extendido y manoseado que el de la convivencia, usado a veces como definición de ciudad idílica, otras veces para resaltar una supuesta ausencia de conflictos y luchas, y otras para exportar y explotar un modelo cultural que sirva de reclamo e identificación. En todos estos usos, no obstante, la palabra suele expresar, realmente, una defensa del status quo. Y, por lo tanto, una censura previa. A quienes defendemos que, bajo el oropel, se oculta una población claramente en desventaja respecto a otra, se nos acusa directamente de enemigos de Ceuta; a quienes afirmamos que esa “paz social” a la que apelan no es más que una paz oligárquica y excluyente, nos llaman radicales; a quienes descreemos del mantra de “Ciudad de las Cuatro Culturas”, nos acusan de racismo inverso.