Opinión
Tras la toma de posesión de Rajoy en diciembre de 2011, el 2012 comenzó con la muerte, a los 89 años, del fundador de su partido, el franquista Manuel Fraga, un tipo que siempre apoyó la dictadura, que colaboró con ella, que firmó sentencias de muerte, que defendió métodos de humillación como el corte de pelo al rape de mujeres y que cambió de chaqueta cuando los tiempos así lo exigían, pasando de ministro del franquismo a demócrata en un plis plas. Aunque le debemos lo peor de nuestra Constitución y aunque jamás ha condenado a un régimen que reprimía y asesinaba a demócratas, este “padre de la democracia” fue enterrado con honores de Estado. Mientras tanto, miles de luchadores por la libertad continúan enterrados en cunetas de toda España y se resuelven en sus fosas ante la hipocresía de una falsa democracia injusta con sus héroes y servil con sus verdugos. Meses después, fallecía Santiago Carrillo a los 97, un hombre con una vida llena de claroscuros pero al que no se le puede achacar el no haber luchado por la libertad durante la guerra civil y los duros años del franquismo. Seguro que murió fumando.