- viernes 26 abril 2024
Recuerdo una anécdota de hace casi nueve años. El 23 de julio de 1999, un teletipo nos obligó a cambiar de arriba abajo la configuración del diario El Pueblo de Ceuta. Hassan II , Rey de Marruecos, había fallecido. Inmediatamente, empezó a ponerse en marcha una improvisada maquinaria para reconducir la edición en mitad de la tarde: reacciones, análisis, columnas de opinión, etc. Recuerdo, además, una anécdota entre dos compañeros de trabajo. Uno de ellos, cristiano, preguntó con socarronería al otro, musulmán, si lamentaba la muerte de "su" Rey. La respuesta fue tajante y descolocó al malévolo interrogador: "Mi Rey no ha muerto. Juan Carlos I vive".
Hace tiempo que me propuse dejar de opinar sobre temas religiosos y sobre el Vaticano. Primero por un concepto casi sacralizado de respeto a la libertad individual -y, por tanto, religiosa- de mis escasos y posibles lectores. Y segundo porque debo ser el único ser humano que conozco que no echa de más a Benedicto XVI.
Cuando en el fútbol un trofeo importante está en juego, suelen ocurrir dos cosas el día de la final: que los dos contendientes luchen hasta el final para ganar el partido por sus propios méritos y regalar a su afición un trofeo épico o que ambos salgan a no perder, a despejar balones largos y evitar por todos los medios golpes francos en las cercanías del área propia para asi posibilitar que sea el contrario quien tenga que manejar el balón y por tanto, tenga más posibilidades de equivocarse. La segunda opción fue la que escogieron ayer Zapatero y Rajoy. Conscientes de la trascendencia histórica del momento, un debate por primera vez en quince años, ambos hicieron bandera del catenaccio y lejos de querer emular al Maradona de Méjico 86 o al Pelé de Suecia 58 se pusieron en la piel del Javi Navarro de cualquier domingo para repartir leña por doquier e impedir un juego fluido y con alternativas.
En este preciso instante, una hora y media antes de que comience la campaña electoral para ese país de maná floreciente que Rajoy o ZP nos regalarán a partir del próximo dia diez, hago algo que odio: escribir por escribir, sin motivo, sin una musa que me inspire, sin un motivo que ahora mismo me incite a darle palos a la derecha, la izquierda o el de más allá.
Que en épocas de final de campaña electoral -duran cuatro años- todo vale con tal de desprestigiar al adversario y presentarlo en sociedad como el demonio de las siete cabezas, es algo tan cierto como que Dublín está en Irlanda. Negar que las campañas electorales cada vez se libran menos en los mítines y más en los medios de comunicación sería tanto como negar que la fórmula del agua es H2O.
Es sábado mañanero, de resaca de ensayito general en O'Donnel. He dormido poco, y la ocasión lo merecía: ver a las chirigotas de Alberto Mateos y Josemi Romero, las comparsas de Elo, Susana y Juan Bagglieto y la comparsa de los carboneros es sólo la antesala, la excusa perfecta para alrededor de una de las pocas barras que ha sentido nudillos a ritmo de tres por cuatro y vive para contarlo echar un buen rato de coplas y copas. Sobrevivo al envite de Manolo Creo y soy capaz de darle la réplica cantiñeando por Voces Negras, Charlot, Caleta, Recuerdos de Papel y la comparsa que me enamoró del carnaval gaditano: Raza Mora.
"Algunas veces paso por el mercado y le traigo rosas", cantaba Victor Manuel en una de sus canciones. Debe ser por eso por lo que no es tan incompatible aquello de la venta de verduras con la cultura, como algunos nos hemos creido. Qué catetismo el mío, lo reconozco. Mira que no saber apreciar lo bello, lo etéreo y espiritual de un mercado de abastos justo al lado de un teatro.
Tras dos años de sufrimiento desconocido desde que debutara en Segunda B, el Ceuta vuelve a parecerse a ser el que fue. Un equipo de campanillas, de los que imponen respeto en su campo y pueden tutear al rival, sea cual sea. Además, hay que hablar de que por primera vez en muchas temporadas, la grada del Murube disfruta de un sistema de juego que va más allá del pelotazo y tententieso.